24 octubre 2009

Una hora más, una hora menos...



Salgo a la calle desde el cálido abrazo del portal y, por primera vez , el frío es la red que me impulsa a saltar al mundo. La luz es débil aún y la calle, perezosamente vacía, parece resistirse a abandonar el día anterior. Mi reloj recién atrasado marca la hora que he estado esperando impacientemente: las 8:30. Me siento llena, nueva e híbrida, pero no sé de qué. La euforia compensa el cansancio del insomnio y me muevo pesada y ligera al mismo tiempo. Siento impulsos de cantar y bailar sobre el húmedo asfalto, pero me conformo con contonearme felinamente, como si caminara sobre una pasarela improvisada.

Al cruzar un paso de cebra, una gélida ráfaga en mi nuca me obliga a subirme el cuello del abrigo. Y siento cosquillas, como si un tren eléctrico interno recorriera, simultáneamente, todas las paradas que surgen entre mis piernas y mi coronilla. Si cierro los ojos, puedo olerte por segunda vez, pero no verte, así que, como pintora aplicada, te divido en partes, las sopeso y decido que la cicatriz sobre tu hombro izquierdo es mi territorio. ¿Cuál será el tuyo? La urgencia de dibujarte es ahora más poderosa que el hambre y, por un segundo, estoy tentada de volver, pero cruzo los brazos en un intento de contenerme, de infundirme paciencia. En una hora, tal vez dos, despertarás. Puede que ya me esperes somnoliento y que desayunemos sobre la cama café con bollitos calientes, y vuelvas a quejarte, como hiciste anoche, de la inexplicable (e incurable) hipotermia en mis manos. Entonces, yo me burlaré de tu acento recordándote cómo se pronuncia realmente lo que tú llamas “imperscrutable”. Y me recostaré sobre la cama con la delicadeza sensual de una odalisca de Ingrés, desabotonaré mi camisa, tomaré tu mano y la colocaré estratégicamente sobre mi pecho izquierdo. “Why always a lefty?” musitarás. “I don’t know”.

La pastelería Gâteau es aún un paraíso inexplorado. Me siento como un Magallanes hipoglucémico dando vueltas y vueltas sobre mi misma, embriagada de olores y colores sin poder decantarme por ninguno. Sé que te gustan los dulces, pero aún no te he preguntado cuál es tu favorito. Finalmente, decido apostar sobre seguro y abandono la tienda con 500 gr de mini y maxi croissants recién horneados.
Las nubes me amenazan, pero les devuelvo una sonrisa de impaciencia. Corro por la calle semivacía y me reencuentro con el paso de cebra con la alegría juvenil de quien recibe a un viejo amigo. Incluso la despejada carretera parece querer saludarme esta mañana. Eludo el hecho de que el semáforo esté en rojo y camino ágilmente entre las rayas blancas. Pero desde el lado opuesto de la rotonda, un coche invade precipitadamente mi espacio. Un grito ahogado, un desesperado frenazo y el parachoques me golpea con violencia en la cadera. Mi cuerpo gira en el aire hasta aterrizar pesadamente sobre el cuello. El mundo entero hace “clack” como si todos sus habitantes hubieran soltado al mismo tiempo una goma gigantesca. Mi boca se llena de sangre y lo último que veo, antes de morir, son los croissants, aún calientes, desperdigados por el suelo...




P.D. Como siempre hay alguien que lo pregunta, sí, es primera persona pero no es autobiográfico. De ser así, estaría escribiendo desde el más allá.

07 octubre 2009

Retroflexión



8:00 AM

Paula llega puntual a su trabajo. Después de tres meses en la redacción de Changing Minds, sus compañeros han decidido otorgarle el título simbólico a la becaria perfecta. Además de inteligente, entregada, solícita e hipereficiente, es la lectora mas rápida que han conocido jamás. Si los mandamases de la revista se prodigaran mucho más en cumplidos que en críticas, la becaria sabría que ha llegado a ser casi imprescindible. Pero lo que sólo Paula sabe y nadie más sospecha, es que además de detestar su trabajo con todas sus fuerzas, odia a su jefe.

Como cada mañana, aguanta estoicamente el chaparrón y nunca se queja, pero cada vez que se siente ninguneada o despreciada por su irascible superior, escribe un sms en la memoria de su móvil. Al principio eran sólo insultos, pero a las pocas semanas, acabaron convirtiéndose en sádicas y creativas nuevas formas de asesinarle. Hoy ha alcanzado la nada desdeñable cifra de 172. A menudo fantasea con la idea de que si su jefe muriera en extrañas circunstancias y por algún motivo su teléfono fuera confiscado, ella sería la sospechosa número uno.

18:00 PM

Paula queda con un desconocido en una de las muchas (horrendas) citas a ciegas perpetradas por sus amigas. Su curiosidad por él se deshace antes que el hielo en la delgadísima copa de cristal que sostiene con indolencia. ¿Por qué oscuro y asqueroso designio del karma siempre acaba con tipos como éste? Es otro de esos hombres que adora trazar líneas paralelas al radio de su ombligo, un intelectual-misántropo que se considera demasiado especial, incomprendido e inteligente para este podrido mundo. Le habla de cine obviando el hecho de que ella ha sido crítico en una web durante dos años y utiliza términos como “audacia formal”, “profundidad de campo” y “renovación de género” para describir una conocida película francesa. Paula está a sólo dos fotogramas de ponerse a gritar, pero en lugar de ello, apura su bebida. Sin embargo, en el momento en que su acompañante comienza a ensalzar con fervor el cine de Lars Von Trier, Paula, incapaz de contenerse, aprieta tan fuerte su copa, que acaba rompiéndola en los siete pedazos perfectos que preconizan el final de la velada. No se hace ni un rasguño.

22:00 PM

Hay días en los que cuesta volver a casa. Bien porque han sido maravillosos y no queremos que acaben, o porque han resultado tan frustrantes que requieren tiempo para poder ser digerirlos. Hoy es uno de esos días. Sentada en un viejo café, Paula da vueltas distraída a su descafeinado con leche de soja, cuando una voz desconocida la interrumpe:

- Disculpa, ¿puedo sentarme? El resto de las sillas están ocupadas
- Sí... supongo

Una rubia con pelo a lo garçon se sienta delante de ella y, sin siquiera pedirle permiso, enciende mecánicamente un cigarrillo. Paula repara en lo mucho que esta mujer se parece a Jean Seberg en Al final de la escapada, pero la venda que lleva alrededor de la mano derecha la distrae de este pensamiento.

- ¿Qué te ha ocurrido en la mano?
- Me he cortado con una copa
- Que casualidad, precisamente yo hoy también...
- Lo sé. Has sido tú, Paula
- ¿Qué...?¿Cómo sabes mi...?
- La copa que te has cargado, me ha cortado a mi, en lugar de a ti, como casi siempre...

Paula la observa fumar entre atónita y aterrorizada al mismo tiempo. Por un momento, se le cruza por la mente que aquello era una broma de sus amigas, cabreadas por el hecho de que hubiera dado carpetazo a un potencial ligue más.

- ¿Quién eres? ¿De qué me conoces?- espetó con sequedad
- Soy tu trastienda, el resultado de aquello que no te atreves a hacer
- ¿¡Qué tú... qué!? ¿pero de que coj..?
- Cada vez que te enfadas, te frustras, te irritas o sientes impulsos homicidas, soy yo la que sufre sus efectos. Para que tú te mantengas mentalmente sana, yo me deprimo, me fustigo, padezco una úlcera o... me corto una mano
- ¿Esto es una broma, verdad?
- Sabes que no, Paula. Yo soy real, muy real
- ¡No te creo!¡demuéstralo!
- ¿Sabes lo caros que me han costado tus 172 sms?
- ... – El poco color que le quedaba a Paula en el rostro, desapareció súbitamente
- Te daré una pista. Tú que eres tan cinéfila, ¿recuerdas cuál es la expresión más bonita del mundo Para Woody Allen, esa que es aún mejor que “te quiero”?
-
“Es benigno”
- Bien, pues estamos
"a punto"
- ¿Estamos?
- Si no me das una tregua, enfermaremos las dos. No podré seguir conteniéndote
- ¿Qué es lo que tengo que hacer?

- Sangrar de vez en cuando, Paula. Eso es todo...

02 octubre 2009

Confluencia



Aquellas angostas calles empedradas siempre habían sido un misterio. Ava creía que si alargaba la mano, podía tocar el otro extremo, pero sólo era uno de los muchos juegos mentales que inventaba en sus paseos. Invasora/invadida nata, no sabía medir distancias. Sus amigos la apodaban Miss Moratón, porque se daba golpes continuamente hasta contra los objetos de su casa. Por eso cuando vio un pequeño gorrión en mitad de una de las viejas callejuelas, no lo pensó. No reparó en el coche que se acercaba. A dos décimas de segundo del desastre, con el animalillo en la mano, mientras el pánico aceleraba un “se acabó” en su mente, sintió que dos brazos la apartaban. Entre la pared y ella, un abrazo férreamente protector. Entonces sintió latir tres corazones, el del gorrión, el de su rescatador/a y el suyo, como coros del estribillo de una misma canción. Apenas podía respirar. El mundo pareció acelerarse, girar sobre su eje 100 veces más rápido de lo normal. Vértigo. Era incapaz de moverse y por alguna extraña razón, los brazos que cruzaban su pecho no la soltaban. ¿Quería que la liberasen? Pasaron 50 segundos o 50 minutos, nunca lo supo, antes de poder mirarle por primera vez.

48 horas después seguía abrazándola. Las sábanas se arremolinaban a los pies de su cama como banderas blancas. El colchón sin funda también parecía exhausto y ahíto en su desnudez azul. Ava repasaba con el dedo sus simétricos dibujos y se descubrió feliz por vez primera. Dos días de tregua contra su cautela y sensatez patológicas por aquel incontenible torbellino de sexo y ternura, ternura y sexo, la habían transformado. No se puede ser la misma persona después de tocar un acorde interno nuevo y desconocido, cuando este te renueva y te completa tan intensamente. Al mismo tiempo, en su fuero interno, tenía la certeza de que jamás volvería a vivir una experiencia tan maravillosamente mágica con nadie. ¿Cuánto podría durar aquello?

Sólo siete meses más tarde, ambos escuchaban la misma música, hablaban casi al unísono y se referían a si mismos en primera persona del plural. Habían llegado a adoptar un look inquietantemente andrógino. Llevaban el mismo corte de pelo y se intercambiaban gorros, pañuelos, gafas y bufandas. Mirándolos de perfil, desde lejos, ni siquiera podías distinguir quien era uno y quien el otro.
Los que los conocían, no sólo argumentaban que nunca los habían visto tan felices, sino que no habían conocido a dos personas más hechas la una para la otra.

Una mañana, sin embargo, mientras Ava se peinaba, durante un angustioso segundo, no reconoció la imagen que le devolvía el espejo. Tuvo la sensación de que una mujer semi-invisible la observaba, pero desechó esa idea rápidamente.
Otro día, mientras caminaban cogidos de la mano por una estrecha acera, un hombre se cruzó en su camino y no pudieron desasirse, de tal forma que, en un torpe giro, acabaron cayéndose pesadamente sobre un coche. Desde entonces, comenzaron al olvidar detalles de su memoria emocional: fechas, amores, recuerdos, lecciones. Aquel fue el principio.

Pero una noche, después de cenar, él le leyó una fábula:

“Los puercoespines de una manada se apretaban unos contra otros para prestarse calor en un crudo día de invierno. Pero al juntarse, se herían recíprocamente con sus púas y tenían que separarse. Al sentir de nuevo el frío se volvían a unir y a pincharse, y otra vez se distanciaban. Esta aproximación y alejamiento duró hasta que encontraron una distancia media en la que ambos males, el frío y las espinas, fueron mitigados”.

Concluida la narración, la miró a los ojos, y le dijo: tú y yo no sabemos encontrar una distancia media entre el calor y el espacio vital. Es hora de soltarse, Ava.

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