01 marzo 2010

El ladrón de piezas



Durante las últimas semanas, un singular suceso se viene repitiendo en la residencia de ancianos Antes del atardecer: misteriosamente, las piezas blancas de los puzzles han comenzado a desaparecer, causando estragos, especialmente, en el Taj Mahal, la catedral de Milán y el Gernika de Picasso.

Desde el comienzo, la psicóloga del centro atribuyó estos pequeños hurtos a un caso claro de personalidad pasivo-agresiva. Según ella, resultaba evidente que alguno de los internos, frustrado pero incapaz de verbalizar su rabia, se dedicaba a sabotear la principal forma de diversión de la mayoría de sus compañeros en un claro intento de “mal de muchos, consuelo de todos”.


Aceptada esta hipótesis por mayoría casi absoluta, y ante las furibundas protestas de los ancianos, se llevaron a cabo inspecciones sorpresa en todas las habitaciones, pero los únicos objetos del delito que encontraron, fueron 20 revistas porno, tres tabletas de chocolate y un tanga de Hello Kitty.
Todo apuntaba, entonces, a que el ladrón se iba deshaciendo de las piezas, probablemente, de una en una, a medida que las iba robando.

La última noche de visitas, casi tres horas después del “toque de queda”, el señor Martin, el último anciano ingresado en el centro, se levanta de su cama con todo el sigilo que le permiten su reuma y sus manos artríticas, y de la parte exterior del tercer cajón de su mesilla, pegada con cinta adhesiva, extrae una bolsa arrugada de papel marrón. Ayudado por su bastón, camina hacia el comodín, deposita en el la bolsa y observa de refilón su marchito reflejo en el espejo. A continuación, saca del armario la pequeña maleta negra que un desconocido le traería horas antes, y al abrirla, cuidadosamente envueltos entre sus camisas, aparecen los cuatro rectángulos perfectos de un puzzle de La Place de l'Europe, temps de pluie. El anciano, une torpemente las cuatro partes encoladas y observa esperanzado el inoportuno hueco de la pechera de la figura principal.

Sobre el comodín, liberadas de su bolsa, le retan ya desafiantes alrededor de cien piezas blancas. Con paciencia de relojero y un creciente cosquilleo en las yemas de los dedos, el señor Martin comienza la labor de tratar de encajarlas una por una.
Veinte minutos más tarde, la última de las piezas reposa expectante sobre la palma de su mano izquierda. Decidido a acabar con su angustia, el anciano coloca la pieza sobre el hueco del puzzle como quien lanza una bengala, pero no encaja. Desesperado, la gira en todas sus combinaciones y prueba a encajarla varias veces más sin éxito. Tratando de reprimir el llanto, en un ataque de furia, coge su bastón y golpea la pieza contra el puzzle una y otra vez, hasta que los gritos del enfermero de guardia le sacan de su ensimismamiento.

- ¡Señor Martin, pare, por favor, está despertando a toda la residencia! ¿Se puede saber que rayos le pasa?

El anciano, observa las piezas repartidas por el suelo, como extrañas flores de formas caprichosas y comprende que “su secreto” ha salido a la luz. Tras señalar el puzzle, coloca la mano derecha sobre su pecho y mirando fijamente a los ojos del enfermero, confiesa:

- Había un hueco...



Dedicado a I, por todo lo que ella sabe :)
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