26 mayo 2010

Un sobre azul



Cada vez que recibo un sobre cuadrado, sólo tengo un pensamiento en mente “¡que no sea azul!”. Lo malo de “las noticias azules”, es que por mucho miedo que les tengas, siempre llegan en el momento en el que dejas de esperarlas, justo cuando bajas la guardia y centras tu energía en cosas mucho más prosaicas e inmediatas. Pero hoy he mirado el correo y ahí estaba, impecable, elegante, ligeramente hinchado, casi a punto de apostillar condescendiente “te lo dije”.

Dos preguntas, a cual más inquietante, rondaban mi cabeza: “¿quién será esta vez?” y “¿me quedará algún salvoconducto?”. Llamamos salvoconductos a los sobres rojos. En caso de recibir un sobre azul, la única esperanza de salir indemne es entregar otro sobre de un color casi sangre. Por lo tanto, lo primordial en estos casos es tener siempre como mínimo un salvoconducto de resguardo en casa.
El cajón inferior de mi mesilla me confirmó que mi repentino ataque de angustia estaba injustificado: ¡había un sobre rojo!. Por lo tanto, liberado de la parte más peligrosa del intercambio, ahora sólo quedaba saber quién era ella... ¿o tal vez se trataba de un él?.

Según la citación, se llamaba Lynn Page y había notificado la ruptura hacía dos días. ¿Quién sería esa tal Lynn? ¿Dónde nos habríamos conocido?
Recostado en el sillón, mi mente empezó a escanear los últimos meses de mi vida. Me esforzaba en conectar rostros, sensaciones y camas. Y sólo una posibilidad acudió a mi mente: una amiga de Vanessa, extremadamente tímida, con la que había coincidido en algunas fiestas. Sabía que le gustaba porque nunca me quitaba los ojos de encima. Recordaba que su nombre era Lynn, porque la noche que intenté ligármela, la emoción de la conquista sumada a unas cuantas copas de más, me llevaron a hacer rimas estúpidas con su nombre y acabé bautizándola Linda. Sin embargo, su rostro se me seguía resistiendo. Sólo recordaba vagamente un cuerpo pálido en contraste con unas sábanas negras, un tatuaje de un kanji en la cadera y un sabor a regaliz.

*

Estos procedimientos suelen ser muy rápidos. A veces, la persona que ha sufrido la ruptura elige no comparecer y el sobre debe ser entregado a un intermediario. Hoy ha sido una de esas veces, pero en lugar de alivio, no he podido evitar sentir cierta desilusión. Por algún extraño motivo, no quería darme por vencido: tenía que verla. Así que esperé en el pasillo de la sala de psicoanestesia, disimulando mi curiosidad tras una de mis novelas favoritas. Calculé que su proceso debía haberse iniciado a la misma hora que mi entrega, por lo tanto, el tiempo del borrado debía estar a punto de tocar a su fin.
Una puerta se abrió y una mujer joven salió de ella. Debía rondar los treinta. Sencillez y extravagancia parecían conciliarse en su falta de maquillaje, su pelo recogido en una coleta y una llamativa gabardina amarilla. Mientras la observaba dirigirse al ascensor y antes de darme cuenta, se me escapó un grito: ¡Lynn! Se giró para mirarme. No había ningún atisbo de reconocimiento en su mirada. Me resultó extraño, porque el borrado elimina los sentimientos, pero no el recuerdo.

- ¿No sabes quien soy?- insistí.
- ¿Y por qué habría de saberlo?

Su franqueza me cayó como un mazazo, pero intenté disimularlo.

- ¿Eres Lynn Page, no?
- No, soy Kim Anderson. ¿Por?
- Te había confundido con otra...
- Ahh, entiendo. Has recibido un sobre azul de una tal Lynn y querías comprobar quien era.
- Algo así, sí...
- Siento desilusionarte. Aunque, bien pensado, ¿tantos corazones rompes que ni siquiera los recuerdas?

Me acerqué un poco más a ella. Tenía los ojos verdes y la piel dorada. Era preciosa.

- Bueno, en mi defensa, tengo que decir que fue uno de esos efectos colaterales de una borrachera – la frase sonaba mejor en mi cabeza y ella debió opinar lo mismo.
- Ahhh, ya....
- ¿Y tú por qué estás aquí?- insistí.
- Me enamoré de la persona equivocada.
- ¿Y te hizo daño, no?
- No, en realidad, se lo he hecho yo a él. Ha sido mi sobre rojo el entregado- me mostró tímidamente su carta azul- Me he sometido al proceso de psicoanestesia, porque no quiero seguir sintiéndome.. bueno, como me sentía...
- Siempre he creído que los demandantes suelen llevarse la peor parte.
- Las cosas son mas complicadas que eso- apostilló contundente- para mi, todo el proceso de enamoramiento ha sido como una enfermedad. Solo sentía ansiedad, inquietud, insomnio, nauseas... nada de esa ligereza y felicidad incontenible de la que se habla en las películas. Creo que él se quedó con la parte buena del enamoramiento y yo padecí la mala.
- No me creo que durante ese tiempo no sintieras mariposas- sonreí. Mi mode ya estaba puesto en “flirteo descarado”, aún antes de ser consciente de ello.
- Más que mariposas revoloteando en mi estómago, yo sentía un nido de buitres hambrientos. Me volví... exigente. No, aquella obsesión enfermiza y co-dependiente no era Amor...

Era mi oportunidad. Aún estaba triste y vulnerable, pero no por mucho tiempo.

- ¿Te apetece tomar un café... o un chocolate? ¿cualquier cosa dulce que compense el mal trago? ¡Vamos, te invito!
- Eres muy amable, pero no, gracias.
- Entiendo.. ¿en otro momento, tal vez?

Su rostro parecía una máscara y yo me preguntaba si sería únicamente la psicoanestesia lo que lo privaba de emoción.

- Me temo que también voy a tener que decir no. Lo siento.
- Hagamos una cosa. Acabo de terminar esta novela. Te la regalo. Voy a escribir mi numero de teléfono en ella y si durante su lectura llega a emocionarte o a tocarte de alguna manera, me llamas para darme las gracias, OK?- escribí el numero en el índice asombrado de mi propia rapidez, y coloqué el libro delicadamente en sus manos, como si fuera un animal herido.
- Aceptaré el regalo, pero dudo mucho que te llame.
- ¿Cómo estás tan segura?
- Por que aún no se me han pasado los efectos de la anestesia.

Con el eco de sus palabras aún en el aire, se dio la vuelta bruscamente y se fue. La contemple caminar hacia el ascensor y después seguí sus pasos a través de la ventana. La lluvia la había obligado a abrir el paraguas y caminaba con el libro abierto estratégicamente por el índice. Ya no debía quedar ni un sólo dígito descifrable...
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