12 junio 2010

Cuando las burbujas hacen POP



1- Elsa

Elsa llega a casa a las 19:30 exactas, deja el maletín en el suelo y se apoya exhausta contra la pared de la entrada. Ha tenido que correr un poco para intentar ganar unos minutos, pero ha valido la pena. Sólo tiene media hora antes de que llegue Daniel y en ese breve espacio de tiempo, debe ducharse y arreglarse. Hoy es el día de su décimo aniversario. Comenzaron a salir en 1961 y durante la década que llevan juntos, casi siempre ha sido él quien ha propuesto planes y ha organizado cenas y viajes en las fechas señaladas. Elsa había asumido que, en su relación, él era el romántico y ella la práctico-maníaco-compulsiva que ocasionalmente se dejaba contagiar por la incertidumbre. ¿Con qué la sorprendería esta noche?

Antes de entrar en el baño, Elsa observa la extraordinaria pulcritud de su piso, siempre impecable, como si en el habitaran piezas de museo en lugar de personas. Con una sonrisa de satisfacción, imagina el estado en el que se encontraría si convivieran con una mascota. Seguramente, a esas alturas, Daniel ya se había rendido a su inquebrantable “restricción canina”. Era una pequeña contraprestación por el cúmulo de manías que ella tenía que aguantar.

Minutos después, el timbre del teléfono la sorprende en el momento de salir de la ducha. Con el tiempo justo de enrollarse una toalla alrededor el cuerpo, se dirige hacia el teléfono de la sala, maldiciendo el hecho de que aún no se hayan inventado los teléfonos sin cables. Moviéndose de puntillas, para no dejar huellas de sus pies mojados, levanta el auricular bruscamente y pregunta con irritación “¿Si?”. La voz que contesta al otro lado la perturba y complace al mismo tiempo. Es Adrian, un compañero de trabajo. ¿Por qué me llamará precisamente hoy, ahora?. Mientras él le habla de reuniones e informes, Elsa, nerviosa, reprime el impulso de sentarse en el sofá y, en su lugar, se abraza a si misma. Sus pies, aún de puntillas, se balancean de un lado al otro, tratando de desviar su atención del desastre doméstico que está a punto de avecinarse. Por alguna razón, se resiste a decirle a Adrian que su llamada no podría haber sido más inoportuna. Mira el reloj. Son las 19:45. No le va a dar tiempo.

Pero, de repente, Adrian hace un comentario ingenioso y su risa la sorprende inundando de una nueva sonoridad su sala impoluta. ¿De dónde ha salido esta extraña e irreprimible alegría? Sin darse cuenta, el auricular, en sus manos, se ha transformado en algo parecido a una isla. Debe explorarlo. Elsa observa cómo los últimos rayos de sol se cuelan por la ventana, posándose en su espalda como palomas perezosas. “Sí, ha hecho un día muy caluroso hoy, tenía ganas de quitármelo de encima”. Sonríe. Sabe que, aunque no pueda verla, él podrá leer la sonrisa en su voz. Distraídamente, se acaricia la nuca, mientras juguetea con la idea de que Adrian pueda intuir que está desnuda. Se sacude este pensamiento, con una punzada de culpabilidad, pero no del todo. Ahora él le habla de su ex novia, de incompatibilidades, de soledades. Ella le consuela. “Eres un buen partido”. Las palabras le suenan extrañamente torpes e impacientes, como un motor oxidado tratando de arrancar. Él le asegura que Daniel tiene suerte de tenerla y, en ese momento, su cuerpo tiembla tanto que se ve obligada a apoyarse contra el sofá. “Todo se va a ir al garete” piensa. Confundida, se aferra a su pelo, a sus largos rizos ya casi completamente secos. Los retuerce, como tratando de encontrar respuestas. Y entonces llega una confirmación disfrazada de silencio, como un fundido en negro antes de una película. Elsa cierra los ojos e imagina a Adrian tocando al timbre de su casa, una puerta que se abre, y después de un beso, una urgencia voraz e irreprimible. Contra la pared, de pie, medio vestidos, mientras los gritos de los niños de los vecinos amortiguan sus jadeos al cruzar el rellano...

El inconfundible sonido de una llave en la cerradura la saca de su ensimismamiento. Se despide de Adrian apresuradamente, cuelga y observa azorada el enorme charco en el suelo bajo sus pies. Se toca las enrojecidas mejillas. Terror. ¿Podrá leérmelo en los ojos?. En un acto irreflexivo y desesperado, arroja la toalla sobre el charco justo en el momento en el que Daniel llega a la sala. Mientras él la observa, entre divertido, confundido y fascinado, Elsa apoya una mano en la cadera y pronuncia con voz de mujer fatal “¡Feliz aniversario, baby!”.


2- Yuki

Cuando viaja en tren, Yuki despliega todo su arsenal de pinturas de cera en el asiento de al lado. Cada vez que el vehículo traquetea, se esfuerza en respetar meticulosamente cada línea y contorno del mandala, mientras es observada con extrañeza desde la convencionalidad de los mp3, libros y sudokus del resto de los viajeros. Disfruta jugando con colores pero no hay nada creativo en lo que hace. Para ella un mandala es simplemente un diario en el que plasmar los colores del día, un código emocional secreto.

Una tarde, justo antes de ponerse el sol, una niña atraviesa el escudo de ceras de colores y se sienta a su lado:

- Hola
- Hola... – contesta Yuki incomoda
- Te veo pintar todos los días, ¿sabes?
- Vaya... veo que eres muy curiosa
- ¿Sabes cuál es mi color favorito?
- Pues... no
- El amarillo – responde resuelta mientras se acomodaba aún más en el asiento
- Es el color del sol
- Mi madre dice que hay un libro en el que a uno de sus protagonistas le siguen mariposas amarillas cuando está enamorado
- ¡Vaya... qué poético!
- ¿Y tú por qué nunca usas el amarillo?- interroga bruscamente
- Pues, no lo sé. No me había fijado...
- ¿Es por que siempre estás triste?
- ...


3- Lorie

Al cruzarse con ella aquella mañana, la gente se la quedaba mirando con una mezcla de curiosidad y extrañeza; pero durante los cinco minutos que permaneció inmóvil, bajo la inoportuna lluvia de domingo, Lorie fue incapaz de verlos. Toda su atención se concentraba en un punto fijo, a pocos metros de distancia. Ese punto la atraía y la repelía al mismo tiempo. Concluida la lucha interna, decidió acercarse. Era mucho peor de lo que había imaginado. Aquel cachorro cruce de bobtail no sólo tenía la mandíbula y la pata derecha rotas, sino que presentaba síntomas de leishmania grave y estaba infestado de pulgas. Se encontraba tan débil, que si no recibía atención medica inmediatamente, el frío, la humedad y la fiebre acabarían con él.

Lorie le apartó el sucio pelo de los ojos y le habló suavemente, tal y como habría hecho con un paciente humano. “Tranquilo, pequeño. Vas a ponerte bien”. El animalillo la miró con una mezcla de ternura y sabiduría infinitas, como si fuera, al mismo tiempo, un niño y un anciano. Conmovida por aquel rotundo y emotivo “gracias”, Lorie se quitó resueltamente el abrigo, envolvió al cachorro con él y se lo llevó en brazos.

Ahora necesitaba un plan. Hoy era domingo. Las clínicas veterinarias estarían cerradas. Podría averiguar si había alguna de guardia, pero para eso necesitaba tiempo. No lo tenía, el animal estaba muy enfermo y ella debía llegar al hospital para comenzar su ronda de traumatología. Normalmente, iba caminando al hospital, aunque hoy, con el coche en el taller y sus amigos pasando el fin de semana fuera, sólo le quedaban dos opciones. Se decantó por la primera, pero la cara del conductor del autobús se transformó en una máscara al verla.

- No puedes subir aquí con eso- escupió.
- Por favor, sólo estamos a diez minutos del hospital. Apenas hay pasajeros. Me colocaré al lado de la puerta, no molestaré a nadie. Haga una excepción. ¡Si no llego pronto, se me muere!
- Lo siento, pero no se permiten animales. Además, si eso infecta el autobús o muerde a un viajero, ¿qué pasa?

Lorie abandonó la parada del autobús con una mezcla de frustración y rabia. Opción número dos. El taxi sólo tardó dos minutos en llegar, pero la reacción del taxista fue aún más fría y tajante.

- Ese bicho está hecho un asco. ¿Qué quieres, que me manche todo el coche de porquería?
- ¿Y si fuera una persona herida tras un accidente? ¿también le preocuparía la maldita tapicería?
- Una persona es una persona. Eso sólo es un puto chucho de mierda.

Mientras caminaba furiosa y desalentada aunque decidida en dirección al hospital, el día pareció recrudecerse. Cada vez llovía con más fuerza y el pequeño can parecía haberse desmayado en sus brazos. Apenas se había quejado. Sólo un pequeño aullido de dolor cuando abandonaron la parada de taxi, casi una protesta contra el insensible taxista.
Lorie temblaba visiblemente cuando cruzó la puerta del hospital. Y además de las miradas de espanto de pacientes, médicos y enfermeras, chocó contra la barrera de 80 kilos que conformaba la enfermera jefe.

- No puedes pasar con un animal, Lorie. ¿En qué coño estabas pensando?
- Estaba medio muerto en mitad de la calle, me necesitaba
- ¿Y no crees que hay lugares para eso?- espetó inconmovible
- Está agonizando y es domingo, Francine. Sabes que no tiene ninguna posibilidad a menos que..
- Me da igual que esté moribundo o que sea el puto día de la mascota. Aquí no entra. ¿Acaso quieres infectar el hospital?
- ¿Qué sugieres que haga? ¿qué lo deje morir en mitad de la calle? – varios médicos parecían haberse unido como espectadores a aquel debate improvisado. Sus caras de menosprecio denotaban su apoyo a la oronda Francine.
- Lorie, o te lo llevas ahora mismo o llamo a seguridad.

Derrotada, al borde del llanto, Lorie taladró a la enfermera con una mirada de desprecio absoluto, se dio la vuelta y desapareció por la puerta principal. Una vez bajo la lluvia y tras comprobar aliviada que el pequeño corazón del animalillo seguía latiendo, decidió que tenía que volver a intentarlo. Si sólo pudiera bajarle la fiebre y recolocarle la mandíbula. ¡Maldita sea, he sido entrenada para salvar vidas!
Mientras caminaba sin rumbo fijo, con los brazos doloridos, se topó con su amiga Elise, que había presenciado su polémica entrada desde la cafetería. ¿Un apoyo por fin?

- Puedes pasar por el aparcamiento sin problemas. Las cámaras de seguridad se han estropeado hoy. Hay un cuarto de limpieza donde podemos improvisar un quirófano.
- ¡Genial!
- Puedo mangar algunas cosas para tu operación, pero no puedo quedarme, Lorie. Sabes que hoy...
- Sí, lo sé, traumatología
- ¿Sabes a lo que te arriesgas al no aparecer, verdad?- preguntó visiblemente preocupada
- Sí, su vida, Elise

Diez minutos después, disimulado bajo unas sabanas, el pequeño cruce de bobtail, había burlado al personal y descansaba finalmente en su quirófano. Esforzándose por recordar las escasas lecciones de veterinaria que había recibido durante aquellos años, Lorie pasó las siguientes dos horas interviniendo al dolorido animal. Descubrió que la pata, la mandíbula y la leishmanía eran el menor de sus problemas. Desnutrición, deshidratación grave, anemia, hipotermia, un preocupante hemograma y la infección brutal que le había destrozado la boca, conformaban el terrible cuadro que lo había ido consumiendo durante días. ¡Días!.

Cuando tres horas más tarde tomó la decisión, Lorie hacía tiempo que había olvidado el entumecimiento de sus brazos y las protestas de su estómago. Nunca le había costado tanto poner una inyección. ¿Resultaría todo más fácil si pudiera explicarle lo que le está pasando?.
Lorie decidió que no.
Mientras observaba su mano vacilante, el can la miró fijamente, como intentando tranquilizarla. ¡Me está dando permiso. Se quiere marchar! Duró sólo un segundo. Medio cegada por las lágrimas, acarició al animalillo tiernamente hasta que se convirtió en un amasijo inerte de cables, huesos, pelo y parásitos.
No podía seguir allí, necesitaba un cigarrillo.

El aparcamiento estaba inquietantemente vacío y silencioso. Lorie, teblorosa, recordó con nostalgia su ahora mugriento y apestoso abrigo. Se abrazó a si misma mientras daba la primera calada a su cigarrillo. Por algún motivo se resistía a volver a casa. Los minutos parecían arrastrarse pero, calada tras calada, algo iba tomando forma en su mente. Un ejercicio de catarsis que, con sólo acariciarlo, transformaba su dolor, impotencia y frustración. Prefería sentirse rabiosa antes que triste, la hacía sentirse poderosa.

Llevada por un impulso irreprimible, sacó la llave de casa del bolso y comenzó a rayar, uno a uno, los coches de la sección VIP del aparcamiento. Lo hizo lenta pero concienzudamente, como si en lugar de rayarlos escribiera en ellos ideogramas chinos. Aunque, bien pensado, tal vez, de alguna forma, lo fueran. Lorie sabía que ninguna de aquellas personas podía leerlos...



Dedicado a tod@s l@s que nunca pasan de largo :)
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