Te encontraron a la mañana siguiente. Una mujer, camino al trabajo, se sorprendió al verte tan quieto en aquel frío banco a las 5:30 de la mañana. No fue hasta que te retiró la capucha de la cara cuando descubrió que estabas muerto.
Fue un shock tremendo para todo el pueblo. Nadie se explicaba cómo una persona tan joven y sana, tan obsesivamente meticulosa y equilibrada en todo pudo morir repentinamente. (Hay un término para la hemorragia cerebral en tus circunstancias, pero no es “broma macabra” como tú solías calificarlo).
Tu novia se llevó la peor parte. No sólo fue la persona encargada de identificar tu cadáver, sino que cuando contactaron con tu madre en ese país que adorabas y detestabas al mismo tiempo, fue la única capaz de explicarle en rumano lo que había pasado. Desde que aterrizó, no se separaron un momento la una de la otra (teniendo en cuenta el tipo de relación pasivo-agresiva que mantenían, supongo que te resultará surrealista imaginarlas unidas finalmente por ti).
El funeral fue sencillo y emotivo. Algunos parientes de Rumanía, tus compañeros de trabajo, un par de amigos, tu familia más cercana y Elsa, nadie más.
Tienes un pequeño nicho en el lugar más soleado del cementerio. No sé si te entristecerá o te alegrará saber que tu chica te sigue llevando flores, pero lo que sí sé es que no te sorprenderá demasiado. Elsa siempre tuvo “espíritu Hachiko” en todo lo referente a ti (¡como odiaba siempre que me lo recordaras!).
Por cierto, Doru, no te preocupes. No le he dicho a nadie lo de aquella visita al neurólogo. El secreto de la malformación arteriovenosa irá conmigo hasta la tumba, como tantas otras cosas. Nadie te acunó en algodones durante los últimos dos años. Te resultó duro pero conseguiste lo que querías. Supongo que, estés donde estés, te sentirás satisfecho de eso, al menos.
Para acabar este e-mail, me gustaría decirte que han cambiado muchas cosas en mi vida durante los dos últimos años, que ha pasado la peor parte del duelo y todas esas cosas, pero te mentiría y nunca lo he hecho. Si me esfuerzo en ver el lado positivo, diría que me siento un poco más libre (sí, eso no puedo negarlo). Tú y yo éramos como dos imanes oxidados el uno para el otro.
Sigo echándote de menos, pero también continúo en la ciudad Ambivalencia en todo lo referente a ti. Tuve pesadillas durante mucho tiempo (la culpa siempre busca castigo, ya lo sabes). Una parte de mi deseaba que fuera mi carta la detonante de tu infarto y a la otra le aterrorizaba la idea. Sé que la recibiste porque ya no estaba en tu buzón aquella noche. Debías llevarla encima cuando te encontraron. De ser así, los médicos han sido muy discretos. O tal vez tu familia. No llevaba dirección ni firma y dudo que alguien se molestara en analizar sus huellas (Mujer invisible solías llamarme, ¿recuerdas?)
Siempre me preguntaré qué hacías frente al apartamento de Elsa a esas horas. Ella asegura que no pasasteis la noche juntos, que los martes salías tarde de la fábrica y te ibas directo a tu piso. Tal vez mintiera por algún motivo. Puede que discutierais, te echara y tú te quedaras implorando frente al edificio, esperando a que entrara en razón. Quizá fuera eso lo que te mató. Lo confieso, aún hoy, siento una satisfacción perversa y vengativa ante la idea de que una de las dos contribuyera a tu muerte. O mejor aún, de que te matáramos ambas.
Una persona puede ser, al mismo tiempo, lo mejor y lo peor que te puede pasar en la vida. Gracias por la lección.
En fin, Doru, esto es todo lo que quería decirte. Han tenido que transcurrir dos años para poder confesarte (y confesarme) todo esto (resulta extraño hacerlo a través de tu cuenta secreta sin añadir qué me gustaría hacerte o qué querría que tú me hicieras). Las últimas palabras que te dedico quedarán flotando sin dueño en alguna parte del ciberespacio, ¿no es poético?
Te iubesc.
C.