14 octubre 2013

Diario de olvido





Día 1

Me escapo por el túnel de tu manga, antes de que me expulses de un codazo de tu invierno, amor.

 
Día 2

¿Cómo convertir las burbujas que brotan de la espuma en ceniza y olvidar su iridiscencia?

 

Día 3

La vida se curva y estrecha sus costillas, como un matasuegras esperando a confirmar su broma macabra.

 

Día 4

La carencia no guarda nada en su interior. Sobresale, grita, es convexa.

 

Día 5

Llueve en tu ciudad.

A la lluvia le gustaría leerte en braille, pero tiene que conformarse con mecerse en tus pestañas.

 

Día 6

Emociones, irreductibilidad es maniatar progresivamente el hambre y traicionar el recuerdo.

 

Día 7

Tus ojos eran claros y enormes, lagos turbios llenos de monstruos demasiado conocidos.

 

Día 8

¿Soy el fotograma número 25 de aquel segundo, no es cierto?

 

Día 9

Si no puedo convertirte en mi sábana, te convertiré en mi venda.

 

Día 10

No eres y no serás nadie, si una canción no nos ata en el recuerdo.

 

Día 11

No te confundas, no estoy enamorada de ti. Sólo pongo mi pluma de escudo contra tu lanza y brotan versos.

 

Día 12

Eres guapo. Decoras la estantería, la jaula, o el invierno, como la navidad…

Decoras…

 

Día 13

Nada que añadir.

 

Día 14

Nada.

 

Día 15

Nada,

nada,

nada…

 

Día 16


 

Día 17

¿Sabes cómo se dice “él” y “ella” en japonés? “Kare”, “kanojo”. ¿Sabes cómo se dice “novio” y “novia”? “Kare”, “kanojo”. Si nos reducimos al mínimo común múltiplo y eliminamos los pronombres, dejamos de existir.

 

Día 23

Se me ha cruzado un petirrojo mientras pensaba en ti. ¿Será un buen augurio? ¿Qué sería un buen augurio?

 

Día 31

Reviso los negativos de tus nuevas fotografías y no te reconozco.

 

Día 44

No eras TÚ, no eras TÚ, no eras TÚ. Tú no eras TÚ…

 

Día 50

Tiempo de setas. Si arrancas una de raíz, en lugar de cortarla por la base, no vuelve a crecer. ¿Lo sabías?

Of course you did…

 

Día 67

He vuelto a encajarme. Vivía desdoblada. Nos he visto desde lejos, desde los ojos de los otros.

Respiro…

 

Día 83

Has pasado por mi buzón de voz para dejarme silencio, pero…

Nothing

Rien

Niente

Nada

¿Estoy curada?
 

 


 
Fin de la primera parte


*
 

11 octubre 2013

Remanencia




¿Qué te hace sufrir? Como si se despertara en la casa sin ruido el ascendiente de un rostro al que parecía haber fijado un agrio espejo. Como si, bajadas la alta lámpara y su resplandor
encima de un plato ciego, levantaras hacia tu garganta oprimida la mesa antigua con sus frutos. Como si revivieras tus fugas
entre la bruma matinal al encuentro de la rebelión tan querida, que supo socorrerte y alzarte mejor que cualquier ternura.
Como si condenases, mientras tu amor está dormido, el pórtico soberano y el camino que lleva a él.
¿Qué te hace sufrir?
Lo irreal intacto en lo real devastado. Sus rodeos aventurados cercados de llamadas y de sangre.
Lo que fue elegido y no fue tocado, la orilla del salto hasta la ribera alcanzada, el presente irreflexivo que desaparece.
Una estrella que se ha acercado, la muy loca, y va a morir antes que yo.
 
René Char

*


02 octubre 2013

Desde la acogedora oscuridad del cine




Estás sentado en la acogedora oscuridad de la sala de cine, a pocos metros de mí, indiferente a todo lo que no sea tu propia película. Tan lejos, tan cerca, formando parte de este amasijo de habitadas islas rígidas en forma de butacas. No puedo tocarte y sé que sólo dispongo de 90 minutos para crear, de la nada, una historia de amor; para intercalar, subrepticiamente, una trama alternativa en el guión de tu vida con la esperanza de que ésta ocurra algún día en un universo paralelo.
Diseño el arco de tu sonrisa, de tu espalda y de todo tu repertorio de abrazos. Me entrego a las matemáticas: la cantidad de maneras en las que podría morderte el labio inferior; la diversidad de rutas trazables sobre tus (nuestros) lunares; los metros que cada noche podríamos robarle a las nubes a base de mordiscos;  el número de adjetivos y verbos que derrocharíamos o nunca utilizaríamos; la cifra exacta de cicatrices y tabúes que podríamos limarnos o arrancarnos mutuamente, como si se tratasen de la sentenciada piel muerta de un reptil.     

Debo encontrar, en algún rincón de mi mente, un documento de audio, una especie de CD con el track de tu voz sexy y ronca cuando despiertas por las mañanas; del musical tono único en el que pronuncias mi nombre; de tu preciada colección doble de gemidos y susurros; del tono airado de barítono que adoptas cuando te enojas (y del sibilino y venenoso cuando acusas y reprochas); de tu risa cristalina proyectada como una cascada por tu cuerpo; de la ilusión infantil e insobornable que lanzas al universo como canicas de luz cuando te enamoras de las cosas.
Sé que caminaría descalza y sin mapa por las ruinas de tu infancia y por la inexplorada y rabiosa selva que crece y avanza, implacable, desde entonces; tapiaría tu cueva para que nadie pudiera escuchar tus gritos de angustia y de dolor; remodelaría tu ombligo para que el eco del silencio no resonara en él; escribiría kanjis sobre tu piel para ayudarte a ahuyentar a los fantasmas que has heredado; te envolvería en mantas de piel, saliva y alma cuando hace frío; besaría tus largas y agotadas manos de pianista todas las noches antes de dormir…
 
De repente observo que te agitas, tal vez inquieto o aburrido, en tu butaca, y me arrastras al aquí y ahora brevemente, pero yo aún tengo que diseñar cuidadosamente una vida, media vida, un tercio de vida, o tal vez un día a tu lado. Debo hacerlo de la forma lo más minuciosa, eficaz y rápida posible, porque en unos minutos se encenderán las luces, te levantarás de tu butaca y desaparecerás de mi vida para siempre. 
 
*
 
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