Ya
no era la misma estación de tren, los últimos 7 días la habían transformado por
completo. Una semana atrás, cuando fui a recibirlo, el lugar parecía el
desafortunado trabajo de un mal montador y director de fotografía. El tiempo
discurriría aparentemente más despacio dentro de sus paredes que en el
exterior, y a lo largo de su superficie, objetos y humanos se mostraban
extrañamente luminosos y desenfocados. Hoy, sin embargo, todo resulta
dolorosamente nítido y gris, los viajeros dan la impresión de deslizarse sobre
las ruedas de sus maletas en lugar de empujarlas y las manecillas del reloj
vuelven a aniquilar, imperturbables, el tiempo.
Mr
Turner y yo nos habíamos conocido un año atrás, vía Instagram. El nuestro era
un intercultural cuento de hadas de la era digital que constaría de tres
ciudades y 3 partes: el planteamiento en una ciudad desconocida para ambos, el
nudo en su patria adoptiva y el desenlace, que cerraría el círculo, en mi
ciudad.
Irónicamente, aquel anhelado último aquí y ahora se había acabado convirtiendo en un descarnado acto de masoquismo que me había impuesto como paso esencial en mi autoterapia de choque. Si no le veía marcharse en ese tren, una parte de mi seguiría aferrándose, desesperadamente, a la primera versión de aquel encuentro. O séase, a la desenfocada escena mal montada.
Le
observé durante unos segundos y su perfil, a pesar de todo, denotaba una
insultante serenidad. Ningún síntoma de incomodidad, tristeza o nerviosismo
parecía emanar de él. Le odie por ello pero decidí romper con una maza aquel
pétreo minuto de silencio.
- Esto es demasiado tópico, ¿no te
parece?
- ¿El qué?
- Vernos por última vez en una estación de tren…
- ¿Menos tópico que vernos por primera
vez en otra estación?- apostilló sonriendo brevemente.
- No, pero es demasiado “romance
decimonónico”. De hecho, dudo entre arrojarme debajo de un tren o arrojarte a
ti en su lugar…
Alzó
las cejas en su expresiva mueca característica, esa en la que el extremo
interno es mucho más alto que en externo, semejando dos gruesas líneas horizontales, como un dibujo animado.
- No es culpa mía. Podría arrollarme un
avión en lugar de un tren si tu ciudad tuviera aeropuerto…
- Ya… - Excusas. A él no parecía capaz
de arrollarle nada.
- Emma- añadió con marcada tristeza- El
escenario es lo de menos. Esto no podría ser menos cliché. Se trata de ti y de
mí…
- Tienes razón…
Un
tren (su tren), irrumpió de repente, sólo que en lugar de atravesar la
estación, pareció empujarla, recolocarla, trasladarla bruscamente, llevándose
de un plumazo toda la rabia y agrio cinismo que había estado acumulando durante
los últimos minutos.
Jason
se aferró al tirador de su maleta y se levantó de su asiento, todo en un mismo
y ágil movimiento. Yo, por mi parte, me mordí el labio y me puse de pie, solo
que de forma pesada y vacilante, como si hubiera envejecido 50 años y la
gravedad estuviera ejerciendo una presión extrañamente intensa bajo mis pies.
Tenía exactamente 10 minutos para aferrarme al patético, desesperado e
imposible “pudo ser”.
- Bueno, “Mrs Karenina”. Supongo que...
- Jason, antes de todos los formalismos
y los buenos deseos, necesito decirte algo, a pesar de que te prometí y me
prometí que no lo haría.
- Está bien- soltó el tirador de su
maleta y fijó en mí su afilada mirada azul. Por un momento me pareció un
caballero medieval que se ha desprendido temporalmente de su escudo- Te
escucho.
- Sé que debería decirte que, a pesar
de… este abrupto final, me alegra todo lo que hemos vivido, que probablemente
aprendamos el uno del otro alguna lección básica y vital en nuestra educación
sentimental y todas esas bobadas que dicen los psicólogos, pero no puedo.
- ...
- Me ha costado mucho, toda mi vida, de
hecho, creer que existes y que no eres un producto de mi imaginación. Y ahora
que tengo delante esa anhelada confirmación material, me piden… me pides que la
olvide, que vuelva a desterrarla de mi vida y convertirla en humo. ¿Quién puede
hacer eso?
- Yo…
- Sí, lo sé, tengo que ser racional,
práctica, madura, etc, etc, etc, pero no puedo simplemente darte las gracias y
desearte un buen viaje. Lo único que puedo hacer es desear no haberte conocido…
Posiblemente,
era el discurso más vehemente que había hecho en mi vida. Sentí que se lo había
merecido. Después de todo, el penúltimo capítulo de aquel breve cuento no había
sido una decisión democrática. Lo escribió él, sin consenso, el mismo tipo que
ahora miraba fijamente el suelo como si contuviera la clave de algún misterio
cósmico.
- Emma- su voz temblaba vagamente- Es
normal y sano, que estés furiosa y frustrada. Yo también lo estoy…
- No me vengas con esas. No te hagas el
puto Paulo Coelho conmigo.
- Ya lo habíamos hablado y ambos
estábamos de acuerdo.
- No. Lo decidiste tú, pretty boy. Yo
simplemente accedí.
- ¿Y por qué accediste sin comentarme
nada?
- Porque una pareja son dos remeros en
una maldita canoa. Si uno de los dos tira el remo, al otro no le queda más
remedio que parar… o remar en círculos estúpidos.
- Así que decidiste tirar el remo…
- Exacto.
- Vivimos a miles de km, acaban de
despedirme, mi padre... ya sabes… No tengo base, mi vida es un caos, no puedo
comenzar ni construir nada, no tengo fuerzas. Dadas las circunstancias, es lo
mejor.
- Es lo más cómodo y seguro, no sé si
lo mejor.
- Es lo mejor y una broma cruel, todo
al mismo tiempo.
- Ya…
- Esto me mata tanto o más que a ti,
joder, pero si no puede ser, lo más inteligente para ambos será que suba a …
- ¡Basta!
- ¿El
qué?
- Esa cutre justificación que pretendes
que me trague es un insulto a mi inteligencia.
- ¿A qué te refieres?
- A que no eres Rick intentando
convencer a Ilsa para que suba al avión por una causa mayor que ellos mismos.
Subes tú por iniciativa y beneficio propios, sin reparar ni en mí ni en nadie.
- ¿Pero qué estás diciendo?
- Admítelo, Jason. Te has dado cuenta
de que esto es complicado, que requiere esfuerzo y ofrece pocas garantías y no
estás dispuesto a arriesgarte. No lo niegues.
- No lo niego, pero…
- En el fondo, no eres más que un
cobarde filofóbico de mierda. Un capullo romántico de cara a la galería que ni
cree en el amor ni tiene valor para enfrentarse a él.
Durante
unos segundos, nos envolvió el silencio y desde un extremo del huracán, reparé
en sus ojos. Estaba llorando. Aquella sería la primera y la última vez que lo
vería llorar. Me dolió ser la fuente de su sufrimiento, a pesar de todo.
- Eso no ha sido justo, joder… Conoces
perfectamente los motivos. Sé que estás rabiosa pero no pienso justificarme por
enésima vez. Tendrías que haberme soltado la bomba ayer en lugar de
convertirnos en un maldito teatro de calle…
- Tal vez…
- ¿Es este el último recuerdo que
quieres que tenga de lo nuestro?
- Me importa una mierda el último
recuerdo que tengas de nosotros, francamente.
- ¿Por qué me escogiste, Emma?
- ¿Qué?
- ¿Que por qué yo?
- Me enamoré de ti. Neurosis
compatibles, supongo.
- Exacto
- ¿Qué puñetas quieres decir?
- Que no somos tan distintos. Si te has
enamorado de mí, es porque tú también eres una cobarde filofóbica, de lo
contrario, te habrías chiflado por otro cuya vida no fuera un maldito desastre.
- ¿Pero qué dices? ¡Eso no es cierto!
- Si lo es. En el fondo, ambos estamos
aterrados… Es nuestro patrón habitual, por eso fracasamos una y otra vez en el
amor. ¿Recuerdas alguna vez en la que el desamor haya sido más rápido que el
miedo? Piénsalo.
En
aquel momento, la estación entera tembló bajo mis pies. Era cierto. La única
diferencia entre ambos es que él era un fóbico oficial, mientras que yo me
escudaba en una especie de
pasivo-agresividad autosaboteadora.
- ¿Sabes qué?- admití finalmente-
Supongo que tienes razón y que esto prueba la hipótesis de que, por muy
especial que creamos que ha sido lo nuestro, no somos una excepción.
- ¿A qué te refieres?
- A que Darwin sigue teniendo razón. En
el fondo, tenemos miedo de ser felices, como todos los demás. Por eso nos hemos
escogido.
- Puede ser… Lo siento mucho, Emma.
- Lo sé…
- Me siento atrapado. No puedo, no sé
funcionar de otra manera… Pero de todos mis fracasos, este es el más doloroso,
con diferencia. Créeme- Me atrajo hacia sí.
- Mr Turner… -le golpeé en el pecho con
ambos puños y, antes de darme cuenta, le había dado una bofetada con tanta
fuerza que su mejilla izquierda parecía una réplica perfectamente moldeada de
mi mano derecha (con anillo incluido).
Su
mirada se convirtió entonces en un violento caleidoscopio de emociones y antes
de que pudiera reorganizar sus colores o articular palabra, lo besé. Toda mi
rabia, ternura, deseo, angustia, esperanza y dolor, contenidos en mi lengua y
mis manos. Fue un beso de esos que destrozan, implacables, labios y minutos de
vida, un beso bomba. Sé que me lo devolvió, que lo empujé contra la pared del
tren, que su cuerpo hizo un extraño ruido sordo al golpearse contra el metal,
que alguien nos devolvía, entre risas nerviosas, un comentario jocoso.
Me
separé de él sin mirarlo. Jason, por su parte, se aferró a su maleta-escudo y
subió rápidamente al primer vagón del tren. Tiene gracia, curiosamente, todos
los hombres de los que me he enamorado insisten en viajar única y
exclusivamente en el primer vagón. Nunca me había dado cuenta. ¿Ninguno sentía
la curiosidad o el deseo de cambiar de número o acaso era yo quién los guiaba y
no les permitía avanzar? Supongo que la lógica del miedo nos insta a pensar que
el primer vagón es el más seguro en caso de descarrilamiento; además es el que
ofrece la posibilidad de llegar a la puerta segundos antes que todos los demás.
Como
adivinando mis pensamientos, él me miró con una desarmante melancolía y caí en
la cuenta de que, en esa ocasión, la que lloraba, muy a mi pesar, era yo. Mi
reflejo en el cristal, con el lipstick rojo corrido más allá de los labios, me
recordó a Gong Li en 2046. Saqué un kleenex del bolso y lo restregué con fuerza
sobre la boca y las mejillas, en un patético intento de extraer completamente
la mancha. Sin embargo, no hubo forma. Sentí que iba a estallar de ira y frustración.
Aquella imborrable mancha roja se había convertido, de repente, en una
insoportable y muy visible insignia de mi propia vergüenza. Me enrabieté aún
más y cuando recuperé la dignidad, él seguía en el mismo sitio, observándome.
Una vez más, muchas emociones contrapuestas surcaban su armónico rostro. Grave
y serio resultaba tan insultantemente guapo que deseé abofetearlo… o arrancarle
la ropa, pero tuve que conformarme, únicamente, con apretar los puños hasta
clavarme las uñas en la piel. Un megáfono anunció la inminente salida de la vía
2.
- Te llamaré cuando aterrice, para que
sepas que no me han abducido en una secta ni he caído en una isla perdida en el
Pacífico…
- Un whatsapp será más que suficiente.
- …
- …
- …
- Goodbye, Mr Turner.
Me
giré y salí corriendo sin darle opción a replica. Una decisión sin consenso. En
mi apresurada huida, tropecé con un activista de ACNUR que me miró resentido.
Una vez más, la estación volvía a ser un lugar impreciso en el que parecía
haberse detenido el tiempo, aunque, esta vez, nada resultaba extraordinario o
luminoso, solo un fragmento más de una vieja y familiar película mal montada.
*