A nadie le extrañó que Pam usara su
único viaje en el tiempo para intentar salvar a su hermana pequeña. Cuando esta
tenía siete años, Brie, que por entonces sólo contaba con dos, le contagió el
sarampión, arruinando un muy ansiado fin de semana con sus abuelos maternos. En
el curso de aquellos tres frustrados días, sus abuelos formaron parte del grupo
de víctimas mortales del atentado del 72. La tragedia afectó profundamente a toda
la familia, pero especialmente a Pam. No sólo tuvo que asimilar una enorme
pérdida, sino que, con el tiempo, llegó a la conclusión de que su hermana había
sido la única responsable de haberle salvado indirectamente la vida. Y, sin
darse cuenta, Brie pasó a ser su amuleto de la suerte, su estrella, su heroína.
Ocurrió un sábado por la mañana. Ambas
se encontraban en la parada de aerotren cuando vieron cruzar a un gatito
grisáceo, de no más de cuatro o cinco meses, por un puente de tráfico paralelo.
Con el corazón en un puño, fueron testigos de cómo consiguió esquivar a los
coches y atravesarlo sano y salvo. Sin embargo, su alivio se tornó en pánico al
observar como el pequeño felino, desorientado, retomaba el mismo recorrido en
la dirección contraria. Angustiadas e impotentes, le gritaron como si este
fuera capaz de entenderlas, desafiando a la mala suerte y al tráfico que,
indiferente e insolidario, no redujo ni modificó su velocidad en ningún
momento. Finalmente, un coche golpeó de forma brusca al animalillo y le pasó mecánicamente
por encima. Ni siquiera aminoró la marcha ni miró hacia atrás en ningún momento.
Para su conductor no había accidente y, consecuentemente, tampoco culpa.
Brie fue más rápida que Pam. Esta
última nunca entendió cómo una niña de 11 años pudo reunir tanta fortaleza y
determinación en media décima de segundo. Cuando Pan echó a correr, Brie ya había
subido a la plataforma y, de forma tan temeraria como valiente, se encontraba
parando el tráfico. No tardó demasiado en recoger al felino y llevarlo delicadamente
en brazos, ante el estupor y fastidio de tod@s l@s conductor@s con l@s que se
cruzaba. Inconscientemente, supo desde el primer instante que el cachorro ya
estaba muerto, y cuando ambas llegaron a una de las plataformas y comprobaron
que su pequeño corazón había dejado de latir, un par de líneas de lágrimas de rabia
atravesaban el rostro de la joven rescatadora.
Una semana después Brie fue encontrada
muerta en aquel mismo puente. Las cámaras confirmaron que había cruzado en rojo
y que, ciega a todo y a tod@s, parecía empeñada en perseguir lo que las
grabaciones identificaron como un gato blanco. ¿Qué pasó por su cabeza? ¿Por
qué se escapó sola? ¿Cómo nadie pudo evitarlo? Y, lo peor de todo: ¿por qué no
lo había previsto ella? Brie lo había sabido una semana antes al observar a
aquel pequeño gato, pero Pam también acabó comprendiendo, demasiado pronto (o
demasiado tarde), que no hay nada tan caprichoso, cruel, injusto y arbitrario como
la muerte.
Le quedaban dos años para la mayoría
de edad y aquello significaba que podría tener acceso al único viaje en el tiempo
que le correspondía. Para frustración e intranquilidad de tod@s, se negó a
experimentar el duelo, quedándose enquistada, obstinadamente, en la fase de
negación. Aquella pérdida aún no era tal, nada era irreversible. Investigó
diferentes cursos de acción e, incluso, utilizó un casco de simulación de
probabilidades. De esta forma, casi un año más tarde, llegó a la conclusión de
que la única y mejor forma de salvar a su hermana, sería ir directa a la raíz
del problema y rescatar de la muerte a aquel pequeño gato gris.
El ansiado día llegó y contaba con
poco más de media hora. Sabía que le estaba prohibido relacionarse con
cualquier persona que se cruzara en su camino, sin embargo, las normas no especificaban
nada en relación a los animales. Una vez situada en el punto exacto, pudo
observarse a sí misma y a Brie desde el otro lado del puente. Llevaba un traje
de camuflaje y sabía que no había ninguna posibilidad de que ambas la descubrieran,
pero no pudo evitar un ataque de llanto al volver a ver a su hermana pequeña,
tal y como la recordaba, con sus eternos 11 años. Abrió el mecanismo de la caja
y este liberó su amplia red desde la parte baja de la plataforma clave hasta el
puente, pero el gato no aparecía. El momento se aproximaba y Pam fue
impacientándose más y más hasta que comprobó, horrorizada, que el animalillo no
había accedido desde la plataforma, sino que había sido arrojado desde algún
coche al puente de tráfico y había estado zigzagueando a lo largo de él durante
varios minutos. Aun así, la joven no vaciló y se lanzó al puente con la ventaja
de la invisibilidad, demasiado tarde para atraparlo en un primer intento, pero
convencida de que podría soltarle la “telaraña” que llevaba preparada cuando este
volviera a cruzarlo. No hubo suerte. El
gatito volvió a aparecer y no había dado más de dos pasos en su dirección
cuando un coche apareció de la nada y le golpeó en la cadera, lanzándola varios
metros, hacia el pretil opuesto. Medio cuerpo le colgaba hacia el vacío y le
dolía terriblemente el costado izquierdo, pero se reincorporó con rapidez,
presa de la adrenalina y del pánico. Sin embargo, al alzar la vista, comprobó
cómo su hermana ya estaba recogiendo el suave cuerpo del gatito sin vida,
mientras su yo de 16 años la miraba horrorizada e impotente desde el otro lado.
*