Me
miraste fijamente, durante 20, 25, 30 segundos. Toda una vida ralentizada, patas
arriba, vadeando entre los escombros. Lo hiciste con curiosidad ceñuda, con
agresiva naturalidad, imperativo, transversal, como si perteneciera a un
elemento discordante de un paisaje que habías memorizado. Y durante esos 20
segundos de sirena varada, me robaste la dignidad, el perfume, la
inconsciencia, las domesticadas capas de la cordura, el pesado caparazón de frustrada
mariposa… y te marchaste. Sobre mi asiento, sin una gota de sangre, sobró mi
piel.
*