Prometo no esperarte de rodillas,
ni balancearme en los columpios de los
parques,
ni soplar dientes de león,
ni arquear mi espalda de gato
como si fuera un instrumento recién
afinado.
Prometo ignorar la vocación de la
orquídea
en su efervescencia máxima,
prometo sujetar mis raíces
como las riendas de un vehículo
invisible.
Prometo que el dolor será la esquina
del incendio,
la hostia sagrada de una comunión
fallida.
Prometo que olvidaré la sal que vierte
tu nombre
por el hielo,
Prometo que ignoraré la ubicua
impronta del petirrojo.
Prometo que tu voz ya nunca será un
lenguaje.
Prometo desmantelar las constelaciones
y las líneas de mi mano.
Prometo entregar, yo misma, el rescate
del secuestro.
*
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