Prometiste
llegar antes de que mis manos se volvieran azules,
antes de que
se deshilacharan, por ambos extremos, todas mis bufandas,
antes del
destierro de los gorriones de todos los parques y ciudades,
antes de que
la sombra sea más alargada que el recuerdo.
Se maquillan,
una y otra vez, las fachadas de los edificios,
se repliega
la voluptuosidad de la orquídea,
se descuelga
el asombro de la comisura de las bocas,
se abandona
el violín a su llanto desafinado.
Cae el
domingo.
Cae
como la
primera o la última gota de una tormenta,
mientras yo
sostengo el espejo del cielo
como quien
sostiene una vela.
Cae el
domingo.
Cae
y tú no has
llegado.
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