Nunca
dejará de sorprenderme el efecto galerna en Donosti. De buen tiempo y solazo a
lluvia torrencial y vientos huracanados en 3'4 segundos (y de guardar las gafas
de sol para sacar el paraguas en exactamente el mismo espacio de tiempo). Todo
puede y debe caber en el bolso. Es como si el día, agotado de sol, tomara un
punto de apoyo y se diera la vuelta.
Hoy
me he bajado del tren empapada. El paraguas en mi mano era un arma azul
semiherida y exhausta, mientras que mi cabello (¡gracias, frizz!) parecía una
maraña ingobernable. Lo lógico habría sido ir directa a casa, secarse,
cambiarse de ropa y hundirse bajo una manta con un chocolate a la taza
maldiciendo la engorrosa tiranía del 40 de mayo. Sin embargo, un estúpido e
irracional impulso me ha llevado de la mano hasta el lugar donde trabajas. Y al
llegar a mí desvío, con los jeans aún empapados a las piernas y mi peor hair
day como tarjeta de presentación, he descubierto, abatida, que no estabas.
Con
el cuerpo y el ánimo aún más plomizo, mientras me solazaba en la calidez del “home-sweet-home”, he descubierto que la
ilusa posibilidad de verte, aunque acabe siendo frustrada, ya es más
reconfortante que unos pies secos o un chocolate caliente.
*
Está claro que la esperanza sustituye al mejor chocolate 🍫,caliente y con mantita.Espero que la ausencia sea efímera.
ResponderEliminarMuchísimas gracias por tu comentario (se me había olvidado lo que era el feedback) y por tu optimismo, Clara. Ojalá pudiera compartirlo.
EliminarUn abrazo ***