Sábado
por la noche. Estás fuera, en “social mode”, vestido con tu uniforme favorito:
vaqueros, camisa o camiseta y sneakers. Los ojos azules desnudos, sin gafas.
Todo tú hueles a “Eau de party” y
escaneas con una mirada rápida a la chica perfecta en cada garito. Esta noche
reirás, beberás y, ocasionalmente, fingirás pasártelo bien. Tu cabello rubio
“neonizará” sobre los fondos noctámbulos. Si no hay una kanojo que te garantice una sesión erótica privada, invocarás a los
dioses del sexo como recompensa de la semana. No debe resultarte muy difícil
ser escuchado. Un breve contacto visual, cuatro frases concretas, tu sonrisa de
cachorro y una guapa veinteañera tocará distraídamente tu brazo, tus hombros o
tus manos de ilusionista. Y antes de darte cuenta, la magia, como la gravedad,
hará el resto, y os estaréis enrollando en el local, contra las paredes,
finalmente en algún cuarto. Tal vez sea un cuerpo reincidente. Tal vez aspire a
serlo. Lo mismo da. No pensarás en nada. No pensarás en nadie. Serás una
máquina de carpe diems, todo presente, todo inconsciente. Te centrarás en tu
propio placer y estallarás como lava lujuriosa sobre toda tu vida, cubriendo temporalmente
cada hueco, cada mal recuerdo, cada cicatriz, cada espina; confiando en que el orgasmo
te reinicie y te reactive para tolerar los escombros acumulados de la semana.
Todavía no hay demasiados, ni demasiadas nocheviejas oxidadas. Eres joven. La
amargura aún no se ha instalado en tus hombros. La desilusión no te llena la
boca. Olvidas pronto. Quedan tantos cuerpos por vivir. Ni siquiera piensas en
ella. La chica con el nombre opuesto al
tuyo. Lo más probable es que no vuelvas a verla. No importa. Ojos que no ven, corazón que no siente.
Bizitza luzea da. Quedan tantas camas
por vivir. Acabas de correrte. Eres joven. Cuando la vida es un mar de
posibilidades, ¿quién necesita extrañar una gota?
*(Traducción del euskera): La
vida es larga.
*
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