Bastan
unas pocas semanas de verano
para
que olvidemos el itinerario triste
de
una primavera esquiva.
Las
estaciones desarman
el
caleidoscopio de la memoria
pero sólo a corto plazo.
¿Por qué no hay anzuelos
ni
subterfugios
durante
las estaciones largas;
esas
en las que,
en
plena soledad catatónica,
nos
golpea un lacerante
ataque
de inoportunidad,
como
un oso que despierta
en
mitad del invierno?
*
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