20 diciembre 2013

Cappellini



Cuando era niño mis profesores de lengua solían utilizar mi apellido como ejemplo de dobles consonantes, mientras que los de latín lo escogían por su curiosa etimología. Siguiendo el pérfido ejemplo, mis compañeros de clase, por su parte, solían dibujarme con un sombrero de mafioso, con un champiñón o con un glande. Odiaba Cappellini hasta tal punto que incluso fantaseaba con intercambiarlo algún día por Lanotte, mi apellido materno.

Sin embargo, tú siempre me llamaste por mi apellido, nunca por mi nombre. “Cappellini, Capellini” pronunciabas (o más bien reafirmabas), de forma insinuante, juguetona o tierna con tu suave acento napolitano; y para mí era como si Luca, el nombre tras el que me había escudado toda la vida, de repente, se denigrase y convirtiese en un ridículo mote infantil, o en un alias injusto y caprichoso escogido al azar por absolutos desconocidos. No. Tú decías “Cappellini”, ese apellido insultantemente común, desgastado y anodino, al que me ligaban algunos de mis peores y más crueles recuerdos infantiles, y me rebautizabas, me redefinías, me resumías, como el más exacto, inspirado y categórico de los índices. 

*

30 noviembre 2013

Cinco minutos





Cinco minutos

en el trastero de los sueños,

sobre el margen

de un cuaderno lleno de historias

ajenas.

Cinco minutos

viajando de tus ojos

verde promesa

a tus labios

sin saber dónde querría

anegarme primero

(o enfundarme,

o estallar).

Cinco minutos

prestados

robados

arañados

desterrados de una orilla amarilla,

hambrientos.

Cinco minutos

como un anillo

que se abre y se cierra

para volver a abrirse y recordar

su infinitud maldita.

Cinco minutos

contra la desidia de los hombros vencidos

contra el peso de la felicidad irredenta,

contra la sal del silencio.

Cinco minutos

como nervaduras de galaxias

embrionarias

antes de las cosquillas.

Cinco minutos

como los que se regatean al despertador

para despabilarse aún con más hambre

de antorchas y caricias.

Cinco minutos

para guillotinar las yemas de la espera

únicamente

con las letras de tu nombre.

Cinco minutos

para escalar mi herida.

Cinco minutos

para renegar

de Ítaca.

*

14 octubre 2013

Diario de olvido





Día 1

Me escapo por el túnel de tu manga, antes de que me expulses de un codazo de tu invierno, amor.

 
Día 2

¿Cómo convertir las burbujas que brotan de la espuma en ceniza y olvidar su iridiscencia?

 

Día 3

La vida se curva y estrecha sus costillas, como un matasuegras esperando a confirmar su broma macabra.

 

Día 4

La carencia no guarda nada en su interior. Sobresale, grita, es convexa.

 

Día 5

Llueve en tu ciudad.

A la lluvia le gustaría leerte en braille, pero tiene que conformarse con mecerse en tus pestañas.

 

Día 6

Emociones, irreductibilidad es maniatar progresivamente el hambre y traicionar el recuerdo.

 

Día 7

Tus ojos eran claros y enormes, lagos turbios llenos de monstruos demasiado conocidos.

 

Día 8

¿Soy el fotograma número 25 de aquel segundo, no es cierto?

 

Día 9

Si no puedo convertirte en mi sábana, te convertiré en mi venda.

 

Día 10

No eres y no serás nadie, si una canción no nos ata en el recuerdo.

 

Día 11

No te confundas, no estoy enamorada de ti. Sólo pongo mi pluma de escudo contra tu lanza y brotan versos.

 

Día 12

Eres guapo. Decoras la estantería, la jaula, o el invierno, como la navidad…

Decoras…

 

Día 13

Nada que añadir.

 

Día 14

Nada.

 

Día 15

Nada,

nada,

nada…

 

Día 16


 

Día 17

¿Sabes cómo se dice “él” y “ella” en japonés? “Kare”, “kanojo”. ¿Sabes cómo se dice “novio” y “novia”? “Kare”, “kanojo”. Si nos reducimos al mínimo común múltiplo y eliminamos los pronombres, dejamos de existir.

 

Día 23

Se me ha cruzado un petirrojo mientras pensaba en ti. ¿Será un buen augurio? ¿Qué sería un buen augurio?

 

Día 31

Reviso los negativos de tus nuevas fotografías y no te reconozco.

 

Día 44

No eras TÚ, no eras TÚ, no eras TÚ. Tú no eras TÚ…

 

Día 50

Tiempo de setas. Si arrancas una de raíz, en lugar de cortarla por la base, no vuelve a crecer. ¿Lo sabías?

Of course you did…

 

Día 67

He vuelto a encajarme. Vivía desdoblada. Nos he visto desde lejos, desde los ojos de los otros.

Respiro…

 

Día 83

Has pasado por mi buzón de voz para dejarme silencio, pero…

Nothing

Rien

Niente

Nada

¿Estoy curada?
 

 


 
Fin de la primera parte


*
 

11 octubre 2013

Remanencia




¿Qué te hace sufrir? Como si se despertara en la casa sin ruido el ascendiente de un rostro al que parecía haber fijado un agrio espejo. Como si, bajadas la alta lámpara y su resplandor
encima de un plato ciego, levantaras hacia tu garganta oprimida la mesa antigua con sus frutos. Como si revivieras tus fugas
entre la bruma matinal al encuentro de la rebelión tan querida, que supo socorrerte y alzarte mejor que cualquier ternura.
Como si condenases, mientras tu amor está dormido, el pórtico soberano y el camino que lleva a él.
¿Qué te hace sufrir?
Lo irreal intacto en lo real devastado. Sus rodeos aventurados cercados de llamadas y de sangre.
Lo que fue elegido y no fue tocado, la orilla del salto hasta la ribera alcanzada, el presente irreflexivo que desaparece.
Una estrella que se ha acercado, la muy loca, y va a morir antes que yo.
 
René Char

*


02 octubre 2013

Desde la acogedora oscuridad del cine




Estás sentado en la acogedora oscuridad de la sala de cine, a pocos metros de mí, indiferente a todo lo que no sea tu propia película. Tan lejos, tan cerca, formando parte de este amasijo de habitadas islas rígidas en forma de butacas. No puedo tocarte y sé que sólo dispongo de 90 minutos para crear, de la nada, una historia de amor; para intercalar, subrepticiamente, una trama alternativa en el guión de tu vida con la esperanza de que ésta ocurra algún día en un universo paralelo.
Diseño el arco de tu sonrisa, de tu espalda y de todo tu repertorio de abrazos. Me entrego a las matemáticas: la cantidad de maneras en las que podría morderte el labio inferior; la diversidad de rutas trazables sobre tus (nuestros) lunares; los metros que cada noche podríamos robarle a las nubes a base de mordiscos;  el número de adjetivos y verbos que derrocharíamos o nunca utilizaríamos; la cifra exacta de cicatrices y tabúes que podríamos limarnos o arrancarnos mutuamente, como si se tratasen de la sentenciada piel muerta de un reptil.     

Debo encontrar, en algún rincón de mi mente, un documento de audio, una especie de CD con el track de tu voz sexy y ronca cuando despiertas por las mañanas; del musical tono único en el que pronuncias mi nombre; de tu preciada colección doble de gemidos y susurros; del tono airado de barítono que adoptas cuando te enojas (y del sibilino y venenoso cuando acusas y reprochas); de tu risa cristalina proyectada como una cascada por tu cuerpo; de la ilusión infantil e insobornable que lanzas al universo como canicas de luz cuando te enamoras de las cosas.
Sé que caminaría descalza y sin mapa por las ruinas de tu infancia y por la inexplorada y rabiosa selva que crece y avanza, implacable, desde entonces; tapiaría tu cueva para que nadie pudiera escuchar tus gritos de angustia y de dolor; remodelaría tu ombligo para que el eco del silencio no resonara en él; escribiría kanjis sobre tu piel para ayudarte a ahuyentar a los fantasmas que has heredado; te envolvería en mantas de piel, saliva y alma cuando hace frío; besaría tus largas y agotadas manos de pianista todas las noches antes de dormir…
 
De repente observo que te agitas, tal vez inquieto o aburrido, en tu butaca, y me arrastras al aquí y ahora brevemente, pero yo aún tengo que diseñar cuidadosamente una vida, media vida, un tercio de vida, o tal vez un día a tu lado. Debo hacerlo de la forma lo más minuciosa, eficaz y rápida posible, porque en unos minutos se encenderán las luces, te levantarás de tu butaca y desaparecerás de mi vida para siempre. 
 
*
 

20 agosto 2013

Maniobras de supervivencia





Cheshire quality

 
Todos los gatos sonríen de perfil.

¿Te has dado cuenta?
 
 
 


En el templo maldito

(A ti)

 
Yo iba caminando,

tú en bicicleta

(como siempre)

Pasaste a tantas revoluciones,

que solo pudiste reconocerme

fuera de plano.

 
A tu espalda, de repente,

surgió de la nada el escenario de un western,

(desértico, exhausto, enrarecido)

Y, sin darme cuenta,

me había llevado la mano al corazón

para reclamarlo,

para que no saltara de nuevo a tu mochila

de estudiante aventajado.
 
 
 

 
Velatorio feliz

 
En algún momento han dejado de felicitarme

para acompañarme en el sentimiento.

La irreversibilidad se ha convertido, al parecer,

en sinónimo de cumpleaños.

 
En el velatorio de la mujer que no soy

hay un marido,

una hipoteca,

un trabajo estable

y uno o dos hijos.

Conocidos y desconocidos,

queridos y desqueridos,

se reúnen, compungidos,

y me lloran.

“¡Una lástima!”, comentan

“Casi pudo

disfrutar una vida”.

 

 
 
 
Autoengaño
 
Sólo te reclamo
cuando sube peligrosamente la marea
y la playa se vacía
de estaciones y de labios.
 
De puntillas,
contra la pared maestra y única,
a demasiados escalones de voces y dioses,
grito el único nombre que hace eco,
y tomo tu mano encallecida
(de estatua o de árbol),
 
Juntos contamos hacia atrás,
desandándonos,
como los indios y sus huellas,
hasta que el mar se desmembra
como un paraguas derrotado,
y yo vuelvo a mi playa
y tú a tu estrella.
 
 
 
 
Canícula
 
Gotear,
evaporarse,
desprenderse
de la materia original que un día nos dio consistencia y forma.
 
Desasirse,
desmerecerse,
desquererse…
 
Sudar
y olvidar.
 
 

 
Ocho kilómetros
 
La música suena a 8 kilómetros
de un desierto azul.
Un niño atrapado
deja sus desordenadas huellas
azules
sobre caminos que olvidan
hasta las tormentas de verano.
No hay testigos.
El desierto se enrosca siempre
en una espiral lenta,
ofídica,
para nutrirse de su crisálida.
Y así renace,
una y otra vez,
el silencio.
 
En el desierto azul,
8 kilómetros separan a la música
de la vida.
 
 





Coetáneo

 
Si acabas de llegar,

por favor,

sacúdete la arena.



Ese dulce aroma a día de playa

sobre tu piel de almendra intacta.

El triunfo de tus 20 años

sobre la coacción del taxímetro

(y su banda feroz).

Tu mano sin venas

de autoestopista vocacional,

tus ojos límpidos,

tu cabello insobornable,

tu voz de menta…


… todo

me lo he perdido

para siempre,

amor.

 
 



Duda razonable

 
Tu cartel de bienvenida

está sujeto a mi piel con alfileres.

No hay sesión de descanso

para el teatro del destierro.

Espero con un ala plegada

y la otra suspendida 

hasta cuando decidas volver.

Cuando decidas creer,

cuando decidas…

“Cuando… “

¿Y si en lugar de un adverbio de relativo

fuese un epitafio?
 
 
 
 
Como osos insomnes
 
Bastan unas pocas semanas de verano
para que olvidemos el itinerario triste
de una primavera esquiva.
Las estaciones desarman
el caleidoscopio de la memoria
pero sólo a corto plazo.
 
¿Por qué no hay anzuelos
ni subterfugios
durante las estaciones largas;
esas en las que,
en plena soledad catatónica,
nos golpea un lacerante
ataque de inoportunidad,
como un oso que despierta
en mitad del invierno?
 

 
 
Morozov
 
Si no te reservas
para una carrera de vuelta.
Si, consumido, estallas sobre tu meta
junto a tu avión kamikaze
y tus ruinas reafirman
el hambre de tus rivales
y la solidez de tus murallas.
Si el desfile se detiene
y los músicos guardan
sus instrumentos bajo llave
y bajo tu nombre, en la pancarta,
se han escrito las palabras
“suicida”, “temerario” y “loco”,
sabrás que no has ganado
y
que no perderás nunca.
 
*

09 agosto 2013

Como osos insomnes




Bastan unas pocas semanas de verano

para que olvidemos el itinerario triste

de una primavera esquiva.

Las estaciones desarman

el caleidoscopio de la memoria

pero sólo a corto plazo.


¿Por qué no hay anzuelos

ni subterfugios

durante las estaciones largas;

esas en las que,

en plena soledad catatónica,

nos golpea un lacerante

ataque de inoportunidad,

como un oso que despierta

en mitad del invierno?


*

05 agosto 2013

Coetáneo






Si acabas de llegar,

por favor,

sacúdete la arena.

 

Ese dulce aroma a día de playa

sobre tu piel de almendra intacta.

El triunfo de tus 20 años

sobre la coacción del taxímetro

(y su banda feroz).

Tu mano sin venas

de autoestopista vocacional,

tus ojos límpidos,

tu cabello insobornable,

tu voz de menta…

 

… todo

me lo he perdido

para siempre,

amor.

 
*

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