24 enero 2009

Clementine



Necesitó la eléctrica caricia del alcohol para permitirse entrar en el juego. Siempre había estado ahí, irreductible, solapado por su profesionalidad y sus prejuicios. Le sonreía desde su desarmante (e insultante) juventud, observándola con los ojos despejados de toda niebla, sin intermitencias. Ella era "Ella", y se lo demostró por primera vez en un año, explorando lentamente su espacio vital hasta hacer irrespirable la distancia en aquel pequeño café. Reían con la alegría blanca e infantil del reencuentro. “Él 24, yo 39. Casi podría adoptarle” pensó ella en uno de los breves y descartados pinchazos de racionalidad. Aquella noche hablaron con todo el cuerpo sin tocarse. Ella acariciaba distraídamente el borde de su vaso o se arreglaba la melena, y el la imitaba en todos y cada uno de sus gestos, hasta que el espejo se abrió en ambas direcciones y cada uno de ellos pasó a sumergirse de lleno en el otro.

Clementine no recordaba tanta transparencia. No recordaba. Llevaba una tirita de hierro en el corazón y otra en el alma. Era centinela. La defensa había sido su misión. Se hartó de cenar esperanza y desayunar ceniza, y comenzó a ayunar. Tan lentamente al principio, que ni siquiera se dio cuenta de que su estómago había dejado de admitir alimento alguno.
Pero ahora el mundo giraba en una extraña dirección. Palabra tras palabra, llegaron, sin saber como, a los sabores, y él la miraba como si fuera una gata lamiendo sensualmente su cuerpo desnudo. Fue entonces cuando el deseo y sus puentes estallaron con violencia, dolorosamente, y su escudo y su lanza comenzaron a girar en espiral. Intentó levantarse, huir, pero en su lugar, se aferró a sus hombros durante un segundo infinito para no caer. ¿Puedes enamorarte de alguien porque simplemente te desea?

21 enero 2009

Abby Road


(Para los celtas, los ojos del gato representaban las puertas que conducían hacia el reino de las hadas).

Abby llega a casa partida en dos por la cintura, y se abraza a su gato como un tímido músico a su instrumento. Gritando en silencio, implosionando con todas las células de su cuerpo un “¡soy yo, déjame salir!”. Él le responde con esa sensualidad mimosa que sólo tienen los gatos, arropándola con sus sentidos, acompasando sus ejes en una sinfonía híbrida de ronroneos.

Abby recibe el regalo con sonrisa de luna, exprimiendo aún más al pequeño felino contra su corazón. Y escucha. Latidos imprecisos acompañan a los envolventes ronroneos como un segundo instrumento. Armonía. Ningún sonido ahoga al otro.

Abby cierra los ojos y se pierde (y se encuentra). Susurra cariños sin censuras y suspira la tierra que el día ha vertido en sus ojos.
Fundida en el abrazo, sin alcanzar la orilla de los verbos, se aleja. No quiere volver, pero, en ocasiones, despierta...


Para mis duendes/amigos/musos/maestros/familiares/cómplices felinos.


Más caras de mi luna en:
http://chataignesetchocolat.blogspot.com/

18 enero 2009

De despedidas y paradojas



¿Cómo pueden convivir armónicamente, en un mismo espacio, la nieve y el sol?.
El día que te marchaste, una ola de frío polar insistía y persistía a pesar de los kilómetros, los abrigos y los pésames. Insólitos paisajes nórdicos interminables se sucedían a ambos lados de la carretera. Todo era blanco e inmaculado como un eterno desfile de gala. Árboles, edificios y campos, parecían hacerse a un lado, o girar sobre si mismos a nuestro paso creando la ilusión de protagonismo. Sin embargo, la luz, cegadora y deslumbrante, reclamaba su primaveral trono, subrayando y anulando el invierno sin tocarlo, declarando al mismo tiempo “Miradme. Soy posible. Estoy aquí”.

Dijiste adiós y el tiempo se escurrió en el aire como un hilo furtivo en un aguja, despuntando los pasos de nuestra monotonía. Mis pies congelados seguían la estela de rituales ajenos con inusitada firmeza. Me adjudiqué el papel de junco en nuestra familia de robles: doblando(me), tolerando, sosteniendo...
Estaba completamente dormida, pero mi cuerpo tiritaba. Necesitaba sentir algo más que frío en mis huesos, frotar mis puños contra una pared imaginaria, como Juliette Binoche en Azul, y desvelarme. No me daba cuenta de que los ecos tienen múltiples lenguajes y que los recuerdos, en ocasiones, se escurren en el hielo.

Elegiste el día más luminoso de enero porque sabía a la ironía de múltiples capas con la que te vestías, la ironía que me regalaste. Madrina de bromas y juegos de palabras, te conocí llorando entre carcajadas solitarias, cuando tu sonrisa traicionada a tus ojos tristes.
Nuestro último momento de intimidad fueron tus cálidas manos sosteniendo las mías. Las tomaste precipitadamente y con urgencia, como quien se aferra a una brújula. Ahora sé qué querías tomar prestado en tu viaje.
Tengo tu testigo. Los anillos de su tronco contarán historias. Te escribiré siempre, ‘buela...



09 enero 2009

Rainy day




Hay días en los que todo parece transcurrir dentro de un cuadro de Seurat: el entorno puede más que las personas. Llueve a latigazos, con rabia, y el viento, enérgico y desorientado, hace contigo lo mismo que un acordeón en las manos de un niño. Durante esos días, todo es destino.


Al cruzar un paso de cebra, un coche rojo, en un esforzado frenazo, se queda a sólo cinco centímetros de golpearte la cadera. Miras con furia al conductor, que a su vez te devuelve la mirada retándote a una guerra de culpabilidades. Perdéis los dos.

Intentas refugiarte en las calles más pequeñas de la ciudad, y pasas frente al escaparate de una tienda de fotos en el que cinco parejas de recién casados te devuelven la mirada exultantes bajo un cartel que dice “Elige a tu pareja de manera que puedas decir: podría escogerl@ más guap@, pero no mejor”. Los observas un instante y te preguntas qué tipo de sonrisa lucirán ahora.

Camino del centro, descubres que, fiel a su cita de todos los miércoles, un treintañero cool hace sus compras en una frutería. No puedes evitar volver a preguntarte qué comprará y a qué se dedicará. Y apuestas por manzanas y periodismo.
Los bajos de los edificios han dejado de protegerte, la lluvia se libera, pero has decidido darle una tregua a tu paraguas por temor a reducirlo a un cadáver violeta.

Mientras cruzas un semáforo en rojo, te aferras a tu gorro como a un escudo medieval, agradeciendo no haber elegido para hoy tu muy permeable cazadora vaquera. Tus tobillos se arrastran pesadamente bajo el agua acumulada. Venderías tu alma a Neptuno con tal de no encontrarte con nadie conocido, sólo deseas ser una mancha de color anónima más entre ese océano evitativo de paraguas.

Ves pasar los escaparates de Yves Rocher, Miss Manuki y FNAC distraídamente y a toda velocidad, mientras reafirmas cada uno de tus pasos como si caminaras sobre los peldaños de una escalera imaginaria. Y, de repente, llegas. Y reordenas rápidamente tu revuelta melena antes de cruzar al otro lado. Al lugar donde el entorno deja de ganarle la batalla a las personas...

*

07 enero 2009

The Fall


Caer, en ocasiones, es un grito hacia adentro, un acto de rebelión contra todo lo que va mal en nuestra vida. Vivian lo supo al instante. Hacía sólo un par de días que la navidad la había llevado de vuelta a casa de sus padres. Caminaba por la misma acera en la que tantas veces había jugado de niña, regodeándose en su ataque anual de misantropía e irritada por el hecho (imperdonable) de no haber llenado aún más sus maletas musicales, cuando el hielo la pilló por sorpresa.

Tal vez si hubiese sido testigo de su propia torpeza, le habría dado un ataque de risa. Cayó al más puro estilo cartoon. Su cuerpo giró 45º en el aire durante una décima de segundo, para aterrizar bruscamente en el suelo con la contundencia de una nuez arrojada desde un árbol. Se incorporó lentamente, entre quejidos. Su espalda y su cabeza habían abierto pequeñas grietas en la fina capa de hielo y el agua no tardaría en recuperar su antigua forma. Se sintió profundamente sacudida, como si el golpe en su cuerpo hubiera sido un ejemplo inusual de “sonar emocional”. Había atravesado todas sus capas para rebotar a su consciencia devolviéndole una imagen interna ferozmente reveladora.

Incapaz aún de levantarse, y súbitamente agotada, se abandonó finalmente a la lucha tenaz entre frío y dolor que la tenían partida en dos por la cintura, y por primera vez, desde hacía meses, lloró. Por el autosaboteo constante y descarnado de todas las pequeñas y grandes rutas a su felicidad; por su miedo al miedo; por su vocación frustrada; por todas las cucharadas extra que había tenido que tragar sin tener hambre; por los sueños disecados con los que convivía a diario; por la soledad solapada en la que habitaba con su novio; por que el único hombre al que había querido realmente, se fue, y no la había amado nunca...

Cuando minutos más tarde se vio sorprendida por la curiosidad de un amable anciano, Vivian sólo pudo responder “¿Por qué has tardado tanto?”.

06 enero 2009

Una hora más





A veces me sorprende la facilidad con la que la gente renuncia a las cosas. En mi opinión, un punto y aparte en cualquier capítulo de mi vida, supone un fracaso, casi siempre doloroso.

Ideas, sentimientos, proyectos, objetos, apegos...

Este “síndrome de Diógenes emocional” funciona como un lastre vital de terribles consecuencias. La gente que lo padece suele llegar siempre más tarde que el resto. Su cansancio y palidez los delata. Llueve en sus zapatos y duermen con demasiadas personas en la cama.

Te conocí, en el peor-mejor momento, demasiado pronto, cuando aún era noviembre. Y me enamoré de ti con una incondicionalidad adolescente, de quien aun no tiene memoria. Alguien me dijo “no pienses en dónde te llevan tus pasos, solo sigue el camino” y lo hice. No pensé que el camino no me seguiría a mi.

Me he acostumbrado al crujir de las hojas secas, a retrasar indefinidamente la cita con la peluquería, a mudarme a los adverbios de duda cuando llueve. Y desde esa reconfortante perspectiva gramatical, irónicamente, interpreto universos inabarcables en cada uno de tus gestos y miradas.

Anoche, durante esa hora de más, en la que todo parecía prestado, robado, fantásticamente real, yo te dije adiós y tú me besaste. Un trueno nos partió en dos y corrimos a refugiarnos a otro adverbio, de otra duda, en otro idioma, antes de que nos alcanzara la lluvia...

05 enero 2009

Definición de amistad



- Rafa, tengo que volver- dijo por fin. Tus alumnos van bien. Te podrán incluso ayudar con los nuevos.
Rafael suspiró, pero prefirió no discutir. - Creo que te echaré de menos, Juan - fue todo lo que dijo.
- ¡Rafa, que vergüenza!- dijo Juan reprochándole- ¡No seas necio! ¿Qué intentamos practicar todos los días! ¡Si nuestra amistad depende de cosas como el espacio y el tiempo, entonces, cuando por fin superemos el espacio y el tiempo, habremos destruido nuestra propia hermandad! Pero supera el espacio, y nos quedará sólo un Aquí. Supera el tiempo, y nos quedará sólo un Ahora. Y entre el Aquí y el Ahora, ¿no crees que podremos volver a vernos un par de veces?

Extraído de Juan Salvador Gaviota, Richard Bach

03 enero 2009

Las imprudencias (navideñas) se pagan


- ¿Qué es lo peor que has hecho en navidad?
- ¿A que te refieres exactamente? ¿a los excesos alcohólicos? ¿gastronómicos? ¿o más bien a los efectos colaterales de la nostalgia?
- Exactamente a eso último.
- Una vez llame a mi primera novia, con la que no había hablado en cinco años, para cantarle Jingle Bells a las 4:00 de la mañana. Yo estaba muy borracho y ella estaba muy "de Erasmus". ¿Y tú?
- Enrollarme con un trekkie en una Christmas party, solo para darle celos al tipo con el que tonteaba.
- ¿Y funcionó?
- Nop. Y para mas inri, el trekkie aún me debe el dinero del taxi...
- ¡Cuanta inconsciencia! ¿Lo has pensado alguna vez? ¿Cuántas mendrugueces cometeremos en estas “entrañables fechas” llevados por la mezcla explosiva de soledad, alcohol y colocones de azúcar?.
- Cierto es. ¿Por qué no nos previenen sobre esto en algún tipo de super campaña navideña, en lugar de darnos el turre solo con los anuncios de la dirección general de tráfico? ¿acaso es que con la nostalgitis las imprudencias no se pagan?.
- Dímelo a mi, que la pille en la cama con un turco comiéndose un falafel.
- ¿Y si hubiera estado comiendo una borsch con un ruso te habría dolido menos?
- No es eso. Es que desde entonces no he podido volver a entrar a un Kebab sin hacer asociaciones mentales dolorosamente pornográficas.
- ¡Qué pena, con lo que a ti te gustaban!
- Sí...

02 enero 2009

Conocidos desconocidos



Nos saludamos amable pero desapasionadamente, como todos los años. Intercambiamos formalismos como viejas oraciones que nunca tuvieron significado (o tal vez lo tuvieron y lo hemos olvidado). Nos hemos visto crecer y evolucionar, como quien, de vez en cuando, pasea distraidamente por un lugar familiar y observa los cambios efectuados en el paisaje. Desde un pequeño rincón en nuestra galería, hemos registrado los estragos que la moda (y los años) han hecho en nuestro cuerpo. Aprendimos a contar nuestros respectivos amores sin utilizar los dedos y puede, y solo puede, que ambos tengamos una idea aproximada del mapa amoroso del otro.
Nos hemos estudiado al bailar y al reír, nos hemos estudiado también al besar en el calor de una o varias noches. Escuchando de refilón, casi a escondidas, descubrimos piezas sueltas de un puzzle demasiado impreciso cuando conversábamos con personas más afines. Podríamos reconocer el andar, la mirada y la voz del otro, de entre todos los andares, miradas y voces del mundo. Pero, sin embargo, ambos llevamos, como diría Italo Calvino, “un velo de otras imágenes que se deposita sobre las nuestras desenfocándolas, un peso de recuerdos que nos impiden vernos como personas vistas por vez primera”. Seguimos siendo, en definitiva, conocidos desconocidos...

01 enero 2009

Serpiente o roble




Te retuerces y encoges
en un acto de contorsionismo
inaudito para un roble
dejando cada vez
una piel más fina e imprecisa.
Tus mudas se acumulan en mi armario
pretéritos imperfectos con los que abrigarme
en este invierno interminable.
Pero mi instinto de lumbre
no quema las aristas entre las que creciste
son mis ojos de roble los que arden.
(Never ready to say goodbye, gran... )


Tierra


Es más fácil vaciar la rabia que la tierra.
La tierra siempre prende.
Tiene patas de araña.
Se adhiere a todas las rocas del mundo...

Canción para cantar una canción


Esa música...
Insiste, hace daño
en el alma.
Viene tal vez de un tiempo
remoto, de una época imposible
perdida para siempre.
Sobrepasa los límites
de la música. Tiene materia,
aroma, es como polvo de algo
indefinible, de un recuerdo
que nunca se ha vivido,
de una vaga esperanza irrealizable.
Se llama simplemente:
canción.

Pero no es sólo eso.
Es también la tristeza.

Ángel Gonzalez
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