30 diciembre 2011

Deconstrucción



Hace 5 años era tan joven
que esperar era el suero
de las horas tristes
y las piscinas parecían
olvidarse del fondo.

Hace 5 años era tan frágil
que los bordes
de las páginas evitaban
mis dedos,
por temor
a marcarse
por los ángulos.

Hace 5 años era tan ilusa
que atesoraba burbujas
por si friccionaban
los vagones
en viajes
cortos, medios, largos…

Hace 5 años era tan tierna
que mi cama amanecía sin bordes
como el nuevo pan
reclamando
mermelada,
cólera
y barro.

Hace 5 años era tan yo
que mi avatar o cebolla triste
se ha quitado tantas pieles,
tantos desmayos,
tantas manos,
que las palomas olvidan su chistera:
¿las casas comienzan por el tejado?

*

23 diciembre 2011

El vórtice



Hay un vórtice en el techo de mi sala. La primera en descubrirlo fue Michelle. En ocasiones giraba la cabeza bruscamente hacia arriba y clavaba sus enormes ojos amarillos en un punto concreto del techo. Al principio pensé que se trataba de un insecto porque su cara mostraba la típica atención fascinada que suele dedicarle a los bichos y a las palomas, pero pronto me di cuenta de que no podía haber una mosca tan inmóvil y silenciosa, así que comencé a investigar en internet, la biblioteca, e incluso, en los programas de Iker Jimenez, aunque no llegué a ninguna hipótesis concreta. Por lo que a mi respectaba, bien podía tratarse de una gotera intermitente, un espíritu inquieto o una puerta a Narnia.

Sin embargo, mi rutina cambió. Me escapaba a la sala con cualquier excusa, no fuera a ser que aquella cosa extraña se descubriera en el momento más insospechado y me perdiera el espectáculo. Michelle no tenía que esforzarse, la veía cuando le daba la gana. Creo que, incluso, encontraba cierta satisfacción vengativa en eso de tener la exclusividad (¡como si no la tuviera siempre!). [Inciso: sólo he querido ser gata dos veces en mi vida, cuando me operaron de mis horrendas orejas de soplillo y durante esos días extraños].

Una tarde, mientras me merendaba los deberes de historia, de repente, mire hacia arriba y… ¡¡¡lo vi!!!. Sin embargo, mi alegría duró poco. Era mucho menos espectacular de lo que me imaginaba. Algo así como una pelusa negra gigante que giraba sobre sí misma como una hélice o una batidora. En aquel momento pensé que tal vez mis padres no estaban haciendo la prueba del algodón con la frecuencia con la que deberían (o que ya tocaba mi primera sesión con el oftalmólogo), pero tuve un arranque de genialidad (bueno, uno de muchos) y lancé un lápiz hacia arriba, justo sobre la batidora. Para mi sorpresa y la de Michelle, antes de tocar el techo, la cosa emitió una luz cegadora ¡y se lo tragó!

¡Aquello era lo más emocionante que me había pasado en mis 11’5 años de vida! (además de descubrir que mi intelecto superdotado me permitiría saltarme dos cursos, claro está). Avise a toda mi familia para informarles sobre el descubrimiento científico que, probablemente, cambiaría el rumbo de la historia, pero, tal y como sospechaba, sus mentes simples se cerraron en banda. Mis padres me miraron con la misma mezcla de preocupación y lástima que le dedican a Michelle cada vez que la llevan al vete a ponerle sus vacunas y me obligaron a prometer que no podía decírselo a nadie. “Tienes demasiada imaginación, cariño”, me dijo mi madre. Y cuando intenté argumentar, mi padre añadió “claro, la pobre es tan lista, que no encuentra estímulos en nada y se aburre”. A mi hermano Alain, tras este último y humillante comentario, le salió un chorro enorme de coca cola por la nariz e improvisó un cuadro abstracto en las cortinas nuevas. Entonces, mi madre y mi padre, mágicamente sincronizados, comenzaron a reñirle y a darle pescotazos. Desgraciadamente, tras aquella patética maniobra distractora no volvimos a hablar del tema. El muy lerdo me había birlado el protagonismo… ¡otra vez!

Para mi desconsuelo, el vórtice solo aparecía de vez en cuando y siempre en los momentos más inoportunos (cuando estaba a punto de resolver un complejo problema de física, durante los finales de las películas, cuando algún degenerado, via twitter, amenazaba con cortarle el flequillo a Justin Bieber…). Y aunque no volvió a manifestarse con mi familia presente, no me dejé apabullar. El siguiente paso de mi plan para probar su existencia llegó en forma de carta. Obviamente, el material que se tragaba tenía que llegar a alguna parte y como soy una persona precavida elegí el lenguaje binario (encontrar un traductor en la red fue fácil. Las matemáticas son el idioma universal y nunca se sabe a qué rincón del universo podría llegar). En la misiva explicaba el fenómeno y también adjuntaba mi dirección junto con mi número de teléfono. Tres meses después de no recibir nada más que los (¿inoportunos?) arañazos de Michelle, decidí explorar otras posibilidades, pero antes de que me decidiera por alguna de ellas, ocurrió el motivo de esta carta.

Confieso que la idea se me había pasado por la cabeza, y que, incluso, fantaseaba con practicarla con los integrantes de mi lista “50 personas a las que no salvaría de una hecatombe nuclear”, pero tengo mis principios y nunca llegue a considerarla una opción válida.
Aquel martes me dirigía con el tiempo justo a mi lección de violín y la casa se encontraba vacía (mis padres estaban trabajando y mi hermano en clase de rugby). Justo cuando abría la puerta, me asaltó un tipo bajito de encías enormes y pelo lacio-relamido que decía tener un regalo para mí. Ese breve e inoportuno momento fue aprovechado por Michelle para escapar al rellano. Cuando quise atraparla en las escaleras de abajo, el individuo ya se había colado sibilinamente en mi casa y estaba abriendo su maletín. Al principio pensé que quería venderme algo y aunque insistí en el hecho de que tenía prisa, él no dejaba de recalcar la importancia del presente que iba a recibir ese día.

Antes de que me diera tiempo a protestar, se autoinvitó a sentarse en el sofá del salón y me entregó un par de folletos con los dedos pringosos de vete tú a saber qué. Mi cara de asco mal disimulado se elevó a asco infinito cuando descubrí que su contenido versaba sobre la iglesia de la cienciología. Entonces se me ocurrió que, ya que iba a llegar tarde por primera vez en mi vida, podría darle la vuelta a la situación divirtiéndome un poco a su costa, así que comencé a preguntarle por Tom Cruise y el secreto de su juventud eterna.
Digamos que, al tipo, aquel inciso le hizo moderada gracia y tomó un atajo a L. Ron Hubbard y su dichosa Dianética, pero yo, con más reflejos aún que Michelle, contraataqué con los orígenes de su religión, comparándolos con la cuarta peli de Indiana Jones (esto le hizo menos gracia aún). Antes de darme cuenta, se había iniciado un partido de tenis dialectico entre ambos y la cara del hombre comenzaba a tomar un feo color langosta. En el punto más airado de la discusión, el cienciólogo escupió que yo era una mocosa resabiada con serios problemas mentales, a lo que yo aproveche para darle mi golpe de gracia, contestándole algo tan bueno, que no puedo evitar citarlo literalmente “una religión cuyo auténtico dogma asegura que las enfermedades mentales no existen y que todos sufrimos los recuerdos traumáticos de unos alienígenas asesinados en la Tierra con armas nucleares por un malvado jefe supremo, me merece el mismo respeto que las predicciones de la bruja Lola”.

Fue en ese momento cuando ocurrió. El hombre se levantó, como impulsado por un resorte gigantesco, y el vórtice, situado justo encima, se abrió, inesperada e inoportunamente, tragándoselo a él y a su (más que probablemente) estúpida respuesta. Lógicamente, mi primer impulso fue salir corriendo de casa (¿y si yo era la próxima víctima del vórtice o de los airados alienígenas?), y acabé refugiándome en la casa de unos tíos. Dos días después, cuando hube recuperado el pulso y el habla, les expliqué lo ocurrido a mis padres y, en lugar de llevarme a la policía, tal y como me temía, insistieron en internarme en un hospital psiquiátrico. No fue hasta varios días después, cuando la noticia de la desaparición del cienciólogo se hizo pública, que todo el mundo comenzó a atar cabos. Yo seguía en estado de shock mientras me llevaban de allá para acá y me acribillaban a preguntas. De hecho, a pesar de mi memoria fotográfica, ni siquiera tengo recuerdos claros del mes que siguió a la confesión. Lo primero que recuerdo claramente, fue su visita a mi habitación y la petición de escribir esta carta.

Mi psiquiatra me ha diagnosticado un trastorno psicótico breve e insiste machaconamente en que, además, padezco síndrome de asperger leve sumado a ciertos rasgos psicopáticos como la falta de empatía y los delirios de grandeza (¡ja!). En mi modesta opinión, creo que la buena mujer tenía que ponerme una etiqueta y que esta ha sido la más socorrida que ha encontrado teniendo en cuenta las extrañas circunstancias. Sin embargo, sé que tiene muchas dudas sobre la veracidad de mi historia y que todo este asunto le inquieta más de lo que se atreve a admitir. No la entiendo. Teniendo en cuenta lo deprimente y anodino que es su trabajo, debería estar emocionada y motivada por un caso tan extraordinario como el mio. No dejo de insistirle en que la verdad está de mi parte y que no tiene nada más que buscarla ahí fuera, pero ella me mira con la misma expresión bovina con la que mi hermano observa las escenas de sexo de las películas. Obviamente, nunca ha oído hablar de Mulder y Scully.

Y aquí concluye mi historia, señoría. Este es el resumen de los acontecimientos esenciales, contados como si los escribiera en mi diario, tal como me pidió. Lo que ha ocurrido es algo extraordinario y desafortunado que está llamado a cambiar para siempre la historia de la ciencia (yo solo estaba en el lugar equivocado en el momento más inoportuno). Apelo a su sentido común y a su inteligencia para abrir su mente y ver lo que ni mi familia, ni mi psiquiatra, ni mi abogado han sido capaces de comprehender. Seguro que con mi clara y contundente prosa he resuelto todas las posibles dudas que le puedan quedar respecto a mi inocencia. No voy a mentirle: este asunto ha trastocado mi vida y la de mi familia y deseo que todo se aclare y resuelva lo antes posible (y si fuera antes del verano y de mi viaje a La Austria de Mozart, mejor).

Espero que a la llegada de la presente se encuentre bien.

Atentamente,

Alicia Robles.

09 diciembre 2011

Moratones



“Yo nostalgio
Tu nostalgias
Y cómo me revienta que él nostalgie”.


Benedetti

*

Te llené de moratones
... pero sólo de ellos

Un golpe por un viaje involuntario en DeLorean
Un golpe por un roce de rodillas
Un golpe por un guiño cómplice desde la torre
Un golpe por el vértigo en tus camisas
Un golpe por tu cuerpo de chopo inacabado
Un golpe por el verano que semillas
Un golpe por detener el tren cuando llegaba tarde
Un golpe por descruzarnos de las vías
Un golpe por romperme el muro por los hombros
Un golpe por tu vocación de viejo en horas (no días)
Un golpe por tu ternura de ciruela intacta
Un golpe por incendiarte las mejillas
Un golpe por reescribirme la piel en braille
Un golpe por tu cicatriz sin espigas
Un golpe por tu cristal de pez de acuario
Un golpe por amanecerme en las rodillas
Un golpe por las balas que nunca fueron
Un golpe por la elipse que te comienza y me termina.

*

08 diciembre 2011

Viento



Viento otra vez
viento a destiempo
de las horas que se tiñen
o se narran.
Viento como abrazo ignífugo
de una llama
con la rabia destronada
de elefante en la sabana.

No sé dónde descansar
mis manos frías
y la vista se me pierde
danzarina
en una bolsa.
Si saliera ahora
intempestiva y descalza
buscando a Isadora Duncan,
sólo podría estrenar
o regalar
mi nueva boina
a la luna.

*

30 noviembre 2011

Sir Winter



Hoy te nombro caballero
de mi invierno más largo
y del crujir vacilante de los sauces.

¿Qué guardabas en tu pecho,
irisado,
impreciso,
insomne,
cubierto bajo la música?

No era un arco de acero,
no.
Era una medusa.

La noche



La noche,
celosa del musgo,
se pinta los labios de verde,
pero, Eva torpe,
sólo sabe morder manzanas caídas,
esas que, impacientes,
taladraron los gusanos.


No sabe que
a veces,
una caminata
puede contenerse
en un temblor de rodillas


Y abatida,
en su cama de amapolas,
se quita el verde con el dorso de la mano.
Y, en el dorso del alba,
olvida.

*

Elefantes violetas



Apaga la fiesta
y el vinilo rayado.
Lanza por la ventana
con rabia
las sombras chinescas
(“fue un suicidio”
diremos).
Fue una quimera que persiguiéramos
elefantes violetas,
abstemios,
bajo el mismo paraguas,
con las mejillas encendidas
por un verano que no era.

Tú no eras
pero acepté barco
como animal acuático.
Yo no era
Pero tu cama
integral
sin diagonales ni cuatros
era más cárcel
que prisionera
de tus naufragios.

10 noviembre 2011

Reivindicación platónica



Si un día,
cuerpalmente,
te acercas y me abrazas,
y el fuego azul nos quema
las uñas y las sábanas,

entonces,
ya cenizas,
ya polvo y algazara,
los dos
(como dos manchas
que vuelan o que bailan)
iremos a otro lecho,
seremos no palabra
y haremos del amor
un simple gesto
y… ¡basta!


Eduardo Mazo

08 noviembre 2011

Blackout




Poco más que un poema
bajo el peso de la lluvia
que constriñe los minutos
para no derramarlos
en baldosas amarillas.

Poco más que el temblor crujiente
de unos versos sobre el papel.
Sombras chinescas
de una mano que se nubla.

Poco más que los chillidos
de una gaviota perdida
sobre el rio familiar
que ha mutado de repente.

Poco más que un hilo
lanzado al norte y al sur.
Caricia refleja de una hoja
que, al pasar,
te devuelve la rama.

Poco más que la ilusión decimonónica
triunfal e irreversible
de unas velas que se agotan
y unos cristales que estallan.


*

23 octubre 2011

Paso de cebra




Creí verte ayer desde el otro lado del semáforo.
Empujabas un cochecito de bebé idéntico al de la mujer que iba a tu lado.

No sé si eras tú.
Tal vez fueras tú.
Decidí que eras tú.

La calle se extendió, de repente, ante el verde, como una recta paralela,
mientras al nuevo fondo dos coches chocaban estrepitosamente.          

Ninguno era tuyo.

Fui caminando despacio hacia la certeza de código de barras

y, de entre el humo del siniestro,
creí distinguirte bajo tu cabello y tus gafas.


Más arriba,
una ráfaga de viento se llevó, inclemente,
tus migas de mi ventana

y las palomas se lanzaron en picado
sin permitir que alcanzaran el suelo.

No sentí envidia ante tu éxito corporativo al cuadrado, como padre y esposo, 
la felicidad no se encuentra en el maquillaje profesional de los peajes,        

sólo fui consciente de la geometría caprichosa de los pasos de cebra,       

como pequeñas escaleras que se multiplican al construir un abismo.

Y, al borde de la acera, caí en la cuenta de que, tal vez, no eras tú                 
de que, tal vez, nunca habías sido tú.

16 octubre 2011

Instrucciones para manejar un corazón abierto



Si te colocan un corazón abierto, herido y obscenamente rojo sobre las manos, tómalo con el mismo orgullo y privilegio con el que se correspondería al gesto de un erizo que ha retraído provisionalmente sus púas.
Ignora los posibles arañazos colaterales sobre tu piel como se ignoran las críticas emponzoñadas que provienen de la envidia, y nunca olvides que para llegar a tus manos, él ha sangrado más que tú.
Si su tamaño y color te inquietan o no tienes muy claro qué hacer con él, resérvale un lugar soleado en tu habitación hasta que emigre o bien muestre su utilidad secreta (se han dado casos de corazones que han acabado reciclados en botas de goma o gorros ultratérmicos).
Nunca dejes un corazón abierto en el lugar exacto donde lo encontraste (incluso si, a pesar de su débil apariencia, amenaza con explotar con furia titánica), especialmente si hace frío. Deposítalo siempre en un lugar cálido y seguro con la delicadeza y cautela con la que manejarías material inflamable.
Devolvérselo instantáneamente a su dueño, como si se tratara de un pase en un partido de baloncesto, tampoco es una buena opción. Su superficie podría agrietarse y encogerse aún más, hasta el punto de volverse parcialmente invisible y, por lo tanto, difícil de manejar.
No intentes reemplazar el hueco del corazón en el pecho del donante por otro corazón o por algún hábil sucedáneo. Inicialmente, su cerebro podría aceptarlo de buen grado, pero el resto de su cuerpo lo iría rechazando paulatinamente, tornándose cada vez más rígido e insensible, más deshumanizado, como si se estuviera transformando en ciborg.
Si desconoces el corazonés (el único idioma que funciona con ecos) o tus manos son muy torpes y callosas, nunca respondas a sus gritos con silencio (el silencio oxida sus tejidos de la misma forma que el agua oxida los barcos), pregúntale a otro corazón (preferiblemente el tuyo) qué recovecos pueden ser explorados y acariciados hasta dar con el botón de sutura o sellado (objetivo principal del donante al entregártelo).
Si en el momento de su emigración o reinserción, el corazón  parece estar visiblemente dilatado y su superficie se muestra un poco más compacta y lisa, sabrás que has completado tu tarea satisfactoriamente.

15 octubre 2011

Mundar



Ahí

No verse es mirar a un árbol
que olvidó. ¿Quién dijo
que en el olvido nada
puede crecer? Brotan ahí
las desesperaciones de
un mundo murmurado, inquilino
de abismos donde
el más allá del sol es un
piano que nadie toca.

*

A saber

El dolor da poco de comer
y siempre da lo mismo.
Oscuro, oscuro
el plato repetido, la ruindad
que abre los brazos para recibir.
Trastos que alternan la casa con
cenizas del que ardió.
¿No amaba?
¿no le dolía el mundo,
el sol mal repartido?
Hay miserables que olvidan
lo que viajaron de sí al otro.
Sus babas no apagan el tiempo con
charletas que dicen amén.

*

Árboles

Quien se incline a
recoger un papel del suelo ve
que los árboles hablan. Esto
no va a ninguna parte. Preguntar
qué dijeron antes
de que los derribaran no
va a ninguna parte. Los árboles
tocan la mañana para que sea feliz y eso
es un destino y no
va a ninguna parte. Una sierra
le saca pájaros al día,
la tarde no se acuesta cantada.
Mi mesa es un silencio
que no se puede abrir.

Juan Gelman

13 octubre 2011

Carta a Doru



Te encontraron a la mañana siguiente. Una mujer, camino al trabajo, se sorprendió al verte tan quieto en aquel frío banco a las 5:30 de la mañana. No fue hasta que te retiró la capucha de la cara cuando descubrió que estabas muerto.
Fue un shock tremendo para todo el pueblo. Nadie se explicaba cómo una persona tan joven y sana, tan obsesivamente meticulosa y equilibrada en todo pudo morir repentinamente. (Hay un término para la hemorragia cerebral en tus circunstancias, pero no es “broma macabra” como tú solías calificarlo). 

Tu novia se llevó la peor parte. No sólo fue la persona encargada de identificar tu cadáver, sino que cuando contactaron con tu madre en ese país que adorabas y detestabas al mismo tiempo, fue la única capaz de explicarle en rumano lo que había pasado. Desde que aterrizó, no se separaron un momento la una de la otra (teniendo en cuenta el tipo de relación pasivo-agresiva que mantenían, supongo que te resultará surrealista imaginarlas unidas finalmente por ti).

El funeral fue sencillo y emotivo. Algunos parientes de Rumanía, tus compañeros de trabajo, un par de amigos, tu familia más cercana y Elsa, nadie más.
Tienes un  pequeño nicho en el lugar más soleado del cementerio. No sé si te entristecerá o te alegrará saber que tu chica te sigue llevando  flores, pero lo que sí sé es que no te sorprenderá demasiado. Elsa siempre tuvo “espíritu Hachiko” en todo lo referente a ti (¡como odiaba siempre que me lo recordaras!).

Por cierto, Doru, no te preocupes. No le he dicho a nadie lo de aquella visita al neurólogo. El secreto de la malformación arteriovenosa irá conmigo hasta la tumba, como tantas otras cosas. Nadie te acunó en algodones durante los últimos dos años. Te resultó duro pero conseguiste lo que querías. Supongo que, estés donde estés, te sentirás satisfecho de eso, al menos. 

Para acabar este e-mail, me gustaría decirte que han cambiado muchas cosas en mi vida durante los dos últimos años, que ha pasado la peor parte del duelo y todas esas cosas, pero te mentiría y nunca lo he hecho. Si me esfuerzo en ver el lado positivo, diría que me siento un poco más libre (sí, eso no puedo negarlo). Tú y yo éramos como dos imanes oxidados el uno para el otro.

Sigo echándote de menos, pero también continúo en la ciudad Ambivalencia en todo lo referente a ti. Tuve pesadillas durante mucho tiempo (la culpa siempre busca castigo, ya lo sabes). Una parte de mi deseaba que fuera mi carta la detonante de tu infarto y a la otra le aterrorizaba la idea. Sé que la recibiste porque ya no estaba en tu buzón aquella noche. Debías llevarla encima cuando te encontraron. De ser así, los médicos han sido muy discretos. O tal vez tu familia. No llevaba dirección ni firma y dudo que alguien se molestara en analizar sus huellas (Mujer invisible solías llamarme, ¿recuerdas?)

Siempre me preguntaré qué hacías frente al apartamento de Elsa a esas horas. Ella asegura que no pasasteis la noche juntos, que los martes salías tarde de la fábrica y te ibas directo a tu piso. Tal vez mintiera por algún motivo. Puede que discutierais, te echara y tú te quedaras implorando frente al edificio, esperando a que entrara en razón. Quizá fuera eso lo que te mató. Lo confieso, aún hoy, siento una satisfacción perversa y vengativa ante la idea de que una de las dos contribuyera a tu muerte. O mejor aún, de que te matáramos ambas.                                                                                          
Una persona puede ser, al mismo tiempo, lo mejor y lo peor que te puede pasar en la vida. Gracias por la lección.

En fin, Doru, esto es todo lo que quería decirte. Han tenido que transcurrir dos años para poder confesarte (y confesarme) todo esto (resulta extraño hacerlo a través de tu cuenta secreta sin añadir qué me gustaría hacerte o qué querría que tú me hicieras). Las últimas palabras que te dedico quedarán flotando sin dueño en alguna parte del ciberespacio, ¿no es poético?

Te iubesc.

C.

30 mayo 2011

Herencia maldita




Soy la heredera del incendio sometido,
de la pálida granada casi rosa,
de la timidez quejumbrosa de las sirenas,
de las mañanas recortadas como orillas de hojas secas.

Las 1001 noches son un pliegue
de mi almohada
que delata
mi mejilla al despertar
y con el sol llega la sal derramada
por el suelo, no en mi sopa.

Mi talismán es un encantamiento
que inventó un anciano
y perfeccionó un mendigo,
una margarita intacta de pétalos retráctiles
que quieren y no quieren,
no quieren y quieren
que adormecen y hacen despertar.

Recorto mis cabellos
como si fueran las riendas de un carromato
las quemo y esparzo sus cenizas
por todos los barcos.
Algunos regresan,
otros, permanecen en el mar...

29 mayo 2011

Ni siquiera Spotify




Las horas caen
como xirimiri

en Donosti.
Los viandantes
sólo advierten su tenaz ligereza
cuando ya le han mojado.

En los autobuses hay carteles
de colores
rojo, blanco y azul,
son neón borroso sobre los párpados cansados,
suspiros troppi sottili
para los oídos
cuando suenan los taladros...

... y siempre hay obras en mi ciudad.

No entiendo.


No entiendo el devenir de las medusas,
su atracción por los sólidos,
ellas que danzan todas las formas
siempre vuelven a la arena,
a los besos pulverizados de las piedras.

Pero...
vístete,
vísteme.
Bailemos disfrazados
bajo las farolas,
junto al tiovivo,
que nuestros giros
sean canciones al revés
comprensibles para los peatones,
pero no para ti,
ni para mi.
La música es demasiado breve
y ni siquiera Spotify
nos ha regalado una hora hoy.

30 marzo 2011

Smoking Break: el “cigarrillo recompensa”




Un rostro nítido y amable, en un tono excesivamente formal, le anuncia a través de la pantalla que se convertirá en el socio más joven de la empresa. No puede parar de sonreír. Abandona la sala de reuniones virtuales con la primera excusa que se le ocurre, entra en su despacho y extrae un paquete de cigarrillos de su pequeña cartera. A pesar de que fumar está cada día peor visto en el entorno profesional, ni siquiera se molesta en disimular la cajetilla dentro del bolsillo de su chaqueta. Atraviesa triunfalmente el pasillo y cuando el cristal de las puertas correderas se desliza a ambos lados, dando paso a la inmensa terraza, tiene la impresión de que la ciudad y sus contundentes brazos de asfalto se yerguen aún más hasta casi rozarle. Tiene que reprimirse para no gritar, para no marcar todos los números de su agenda, pero necesita estar solo para asimilar y paladear lo que ya es el principio de su nueva vida. Con la sonrisa casi tatuada en su rostro, enciende un pitillo mecánicamente. Ni siquiera recuerda la lista de prohibiciones y precauciones que, como el resto de los ciudadanos, ha recibido dos días atrás. Sus pensamientos parecen flotar dispersos, más allá de la creciente ola de robos y de todos los tediosos y deprimentes problemas mundanos. Mientras sujeta el cigarrillo, repara en sus manos y siente una súbita fascinación por ellas. De alguna forma, era como si nunca las hubiera visto verdaderamente hasta ese momento. Eran largas, ágiles, tersas, ligeramente nervudas. “Las manos de un triunfador” piensa con orgullo.

Apoyado indolentemente contra una pared, de espaldas a su flamante futuro, el joven calcula que le quedan, a lo sumo, un par de caladas, cuando, inesperada y bruscamente, los siente. Los dos pinchazos. El primero, una suerte de punción lumbar, paraliza su cuerpo inmediatamente. El segundo, atraviesa hábilmente su tallo cerebral hasta alcanzar el lóbulo prefrontal. El dolor que recorre su cuerpo es tan insoportable, que tiene la sensación de no pertenecerle sólo a él, sino de haberle sido inyectado o insuflado al mismo tiempo por todos los individuos de su especie. Una mano enorme e insólitamente arrugada tapa su boca. Es un gesto inútil, sin embargo. Ningún músculo de su cuerpo respondería aunque quisiera, y mucho menos sus cuerdas vocales. Entonces la extracción comienza, y ahora si, puede verla, no con la imprecisión vítrea con la que se recrean los sueños, sino con la concreción opaca con la que los recuerdos acuden a nuestra mente. Su vida, la vida que ya nunca tendría. Ante él desfila su intermitente pero imparable ascenso profesional, sus viajes alrededor del mundo, sus nuevos amigos, sus mujeres, su breve matrimonio, e incluso, su hijo biológico, a pesar de las cada vez más fieras restricciones de natalidad. Observa morir a sus padres, el trágico 11 de marzo del 2073, y es testigo impotente de las batallas perdidas y ganadas de la humanidad, el progreso y el planeta.

Exhausto y profundamente afligido, intenta desesperadamente focalizar su atención en otra cosa, y entonces repara en que la mano sobre su boca ya no pertenece a un anciano, sino a un hombre de aproximadamente su edad. Tras la última y contundente imagen, la de su muerte, que, a partir de ese momento, pasaría a ser de aquel hombre, la mano le suelta. Retorcido de dolor, cae bruscamente contra el suelo y la colilla del cigarrillo, aún encendida, cierra un signo de interrogación sobre su cabeza. Se observa con horror. Ahora es su propio cuerpo el inusualmente envejecido. ¿Cuántos días le quedarían? No, no podía engañarse, el robo había sido completo. Sería cuestión de horas. Ante él se perfilaban, como bengalas disparadas desde puntos geográficos opuestos, sus dos únicas salidas: robar o morir.

20 marzo 2011

Smoking break: El último cigarrillo




Al salir de un ruidoso pub, un joven comprueba que la calle está desierta, salvo por una veinteañera que se encuentra a su derecha. Tras subirse el cuello de la chaqueta, saca un mechero del bolsillo, enciende un cigarrillo y se cala aún más su grueso gorro. Seguidamente, da unos pequeños saltos sin moverse del sitio, mientras observa de reojo como la joven expulsa el humo de forma precisa, intencionada, como si estuviera enviando un mensaje en algún código secreto. Tras un minuto interminable, decide hablarle.

- Este es mi último cigarrillo, ¿sabes?
- ¡Ah!. Que bien...
- Lo digo muy en serio
- Te creo
- ¿Estás en ese momento de la semana, verdad?
- ¿Cómo dices?- contesta ella, entre molesta y sorprendida.
- “El sabadoom”
- Perdona, pero sigo sin entender...
- A pesar de lo que diga todo el mundo, el sábado es el día más ingrato de la semana, porque nos arranca el disfraz de la rutina, y nos demuestra lo vacía (o llena) que está nuestra vida
- ...
- Si te fijas, los felices lo derrochan y los infelices lo invierten. Y cuando se pertenece a estos últimos, siempre hay algún instante en el que, secretamente, se extraña el lunes: el sabadoom
- Ahh...
- Nadie puede llevar careta una noche como esta- continúa él ajeno a la irritación de la joven- Si ahora mismo entráramos ahí dentro de nuevo, podría indicarte quién se está divirtiendo realmente y quién no...
- ¿Sabes?- corta ella- No quiero ser borde, pero esta conversación suena demasiado íntima y trascendental y por experiencia sé que la neurosis y el alcohol son imbatibles en cualquier discusión, así que...
- Te equivocas en una cosa- se apoya pesadamente contra la pared dando una larga calada a su cigarrillo- He tomado algo esta noche, sí, pero no ha sido alcohol...
- OK, da lo mismo- arroja su cigarrillo a la acera y lo pisa enérgicamente- De todas formas, ya es hora de que vuelva...
- Al menos, admítelo antes de marcharte. Todos tenemos ese momento de lucidez y tú lo estabas teniendo aquí mismo, a unos 7º de temperatura, mientras te fumabas ese cigarrillo
- ¿No creerás realmente que te voy a contar la historia de mi vida, verdad? Porque de todas las tácticas para ligar que he sufrido, te aseguro que esta es la...
- Hagamos una cosa. Si yo te cuento algo sobre mi y el relato te resulta lo suficientemente sincero y convincente, me cuentas el tuyo. Pero no tienes que decidirlo hasta que me hayas escuchado, ¿vale?
- No creo que sea una buena idea...
- Esa canción es horrenda. ¿De verdad tienes prisa por volver?
- Shakira me resulta más apetecible que aguantar a un pesado con ínfulas de Schopenhauer- tras decir esto, se dirige a la puerta y acciona el pomo.
- Tengo cáncer...
- ¿¡Qué!?- exclama con voz excesivamente aguda dándose la vuelta. La puerta se cierra de un portazo, golpeándole la espalda- ¿Es una broma de mal gusto, verdad?
- Desgraciadamente, no. En mi cabeza hay un tumor XXL comiéndose mi cerebro. Lo he bautizado “Zombi”- sonríe débilmente- Al parecer avanza más deprisa porque soy... bueno, asquerosamente joven. Ahora se ha extendido a mi lóbulo temporal, lo que significa que pronto comenzaré a olvidar... cosas. Me calculan menos de medio año
- .....
- Si no me crees, simplemente, mírame a los ojos

La joven comienza a observarlo fijamente y algo en su mirada penetrante y transparente la desarma. Pero no es el dolor, la rabia, el desgaste o la aceptación de la inevitabilidad de la tragedia. Durante esos breves segundos, tiene la impresión de que él no se encuentra realmente allí, sino que se ha quedado atrapado en una especie de Tierra de nadie entre dos lugares opuestos sin pertenecer a ninguno

- No sé, ¿tú te fiarías de un desconocido que te suelta de repente que le queda medio año de vida?- pregunta incómodamente pero suavizando el tono de voz
- No, supongo que no. Pero necesitaba contárselo a alguien que no me conociera de nada. Dentro de unas semanas... dejaré de ser yo...
- Lo siento muchísimo
- No lo hagas. No pienso permitirlo
- ¿¡Cómo!?
- Necesito un testigo que verifique que he llegado a la única meta digna... esta noche. Con objetividad, sin lágrimas y sin dramas. ¿Quieres serlo tú?
- ¿Pero de qué estás hablando?- su voz se endurece nuevamente- ¿No habías dicho que te quedaban meses?
- Ya no. Hace unos minutos me he tomado una especie de bomba que... acelerará el proceso- se agarra a la pared- vaya, mis piernas ya lo notan- cae al suelo.
- ¡Por Dios!¿Qué diablos has tomado?
- No lo sé. Estaba en latín y yo... soy de ciencias...
- ¡Voy a pedir ayuda!
- ¡No, no me dejes! ¡Dáme la mano!

Después de un segundo de vacilación, la chica saca el móvil del bolso con la mano derecha y marca apresuradamente un número mientras sujeta una mano del chico con la izquierda.

-¿Dónde están los fumadores cuando se les necesita?- mira esperanzadoramente la puerta del pub- ¿Es que hoy, de repente, lo ha dejado todo el mund...?- una voz la interrumpe al otro lado del teléfono.

Desplomado en la acera, él la escucha hablar en oleadas, desde muy lejos, sin entender sus palabras. Un suave zarandeo lo espabila.

- Una ambulancia está en camino. Eso que te has tomado, lo que sea... estamos a tiempo de pararlo. ¡No cierres los ojos!
- Es inútil... ya he entrado en la madriguera, Alicia...
- ¡No digas eso!¡Y no cierres los ojos!
- Díme... que... crees que... este es el principio... de una hermosa amis...tad
- ¿Cómo?
- Todo... el mundo... debería... escuchar eso... alguna vez... ¿no... crees?
- Creo que... –su voz se quiebra- creo que este es el principio deunahermosaamistad- pronuncia atropelladamente entre lágrimas
- Gra...cias...
- ¿Cómo te llamas?
- ....
- ¡Contéstame, por dios! ¡Díme tu nombre!- lo zarandea con violencia.
- ....
- ¡No me hagas esto!¡Díme cómo te llamas, joder!

Pero el único sonido que le devuelve la noche, es el eco creciente de la sirena de la ambulancia.

14 febrero 2011

De esta noche sólo tengo lo que escribo




Nunca he sabido por qué vuelves. No es por la incertidumbre de las bombillas ajadas, ni tampoco por el derroche kamikace de las olas que chocan contra las rocas. Creo que, simplemente, eres tú quien me convoca a mi en lugar de al revés, que tú me eliges caprichosa y aleatoriamente como a un viejo traje rescatado del armario.

Pero esta noche, empachada del neón de los bidegorris* que irrumpen violentamente en las tiendas, en los televisores y en las grietas pre-programadas de las canteras, agazapada, como una gata con fobia a los descensos, en las canciones que no hablan y nunca han hablado de mi, por una vez, y sin que sirva de precedente, ¡ven, haz una excepción conmigo esta noche!



* Bidegorri es el nombre que se le da al canal bici en Euskadi ;)

02 enero 2011

6 # Overbooking



Mi corazón es un hotel
Casi todas las habitaciones
están ocupadas
por fantasmas que llegaron
antes que yo
También hay una grupo de solistas
que, sin saberlo, forman una banda,
competirían con las sirenas
de la piscina
si éstas,
no hubieran olvidado cantar.

Todos los días se registran
huéspedes nuevos
Algunos no tienen rostro,
otros no tienen rayas
en la palma de la mano.
Los reconozco inmediatamente
porque ya los he soñado
Todos esperan impacientes
un servicio de habitaciones
que se dispersa

Y cada vez hay menos cuartos,
menos llaves,
menos perchas
en las que colgar
los 5 minutos
antes del amanecer

¿Por qué tardas tanto, eh?
No sé cuanto más
podré seguir reservando
la
2046

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