14 febrero 2010

L'exigeante désespérée



En una agencia de contactos:

- ¡Buenos días! ¿En qué puedo ayudarla?
- Quiero devolver a un hombre
- ¿Disculpe?
- Sí, al tipo con el que me habían concertado una cita. No me satisface y lo quiero cambiar por otro
- Escuche, madame, eso que nos pide es imposible. Las personas no se devuelven, no son objetos...
- ¿Entonces qué hago con él?
- ¿¡Como que...!?. En fin, nosotros hacemos la selección de candidatos y ofrecemos el perfil más compatible. Una vez hecho esto, ahí acaba nuestra responsabilidad. En caso de que surja algún problema, debería hablarlo con él, no con la agencia
- ¡Ustedes me garantizaron el flechazo!
- No, madame, le garantizamos una persona compatible con usted en un 90%
- Es lo mismo
- No lo creo
- ¡Es que me han elegido a un soseras!
- Escuche, madame...
- Tavernier
- OK, Madame Tavernier, ¿ese soseras no tiene sus mismos hobbies?
- Sí, le gusta la jardinería, la micología y el patinaje artístico, como a mí
- ¿Y en cuanto a personalidad y filosofía de vida?
- Bueno, también es un pesimista reconvertido
- ¿Disfruta de su compañía?
- Es agradable hablar con él
- ¿Siente atracción hacia este hombre?
- Sí...
- Entonces, ¿cuál es el problema?
- Ya se lo he dicho: no me satisface
- ¿En que sentido no la satisface?
- No me gusta el rumbo que esta tomando esta conversación, joven
- Discúlpeme, pero sigo sin entender por qué lo descarta tan radicalmente
- Es que... ¡tararea mientras come!
- ¿Durante las comidas?
- Sí, a Wagner. Todo el tiempo
- Vaya...
- ¿Usted sabe lo que es comer con la cabalgata de las Valkirias?
- Me hago una idea, señora, pero a pesar de esa peculiaridad, ¿es lo único que le molesta de él?
- ¿Pero es que no le parece poco?
- Hombre, pues....
- ¡Si hasta la comida me huele a napalm!
- Entiendo, yo también he visto Apocalypse Now, pero...
- Bueno, es que no es sólo eso, también influye el hecho de que hable en diminutivos. Suelta cosas como “estamos en plena crisecita”, “hace friito” o “soy curiosito”
- Pues a mi me resulta entrañable. ¿Sabe que los italianos hablan... ?
- Por favor, a veces tengo la sensación de que el comando Anti-Cursis va a aparecer en cualquier momento...
- En fin, entiendo que sea eso importante para usted, pero mírelo en conjunto. Además de esas dos cosas, ambos tienen muchísimo en común, ¿verdad?
- Si, bueno...
- Tengo su ficha aquí mismo y pone que pidió a alguien que fuera lo más parecido posible a...
- Sí, sé que lo dije, pero no es este el caso
- ¿Piensa que hay alguien más compatible en nuestro fichero para usted?
- Exacto
- ¿Y no cree que de ser así ya lo habríamos encontrado?
- Usted no lo entiende, joven, tengo que librarme de él ya o de lo contrario...
- ¿De lo contrario qué? ¿Amenaza con demandarnos?
- No... es algo mucho peor
- ¿A qué coj....narices se refiere, madame?
- Es que...
- ¿Si?
- ¡Me estoy enamorando de él, maldita sea!


Esta actualización continua en.... http://www.chataignesetchocolat.blogspot.com/

09 febrero 2010

Franny and Zooey (fragmento)



... miró a Franny
- ¿ Me escuchas o no?
- Sí.
- Tienes a dos de los mejores profesores del país en tu maldito Departamento de Inglés. Manlius. Espósito. Dios mío, ya quisiera yo tenerlos aquí. Por lo menos son poetas.
- No, no lo son -dijo Franny-. En parte eso es lo espantoso. Quiero decir que no son verdaderos poetas. No son más que personas que escriben poemas que se publican y aparecen en antologías por todas partes, pero no son poetas.
Se calló, incómoda, y apagó el cigarrillo. Desde hacía minutos había ido palideciendo. De repente su lápiz de labios parecía un tono o dos más claro, como si se lo hubiese quitado con un pañuelo de papel.
- No hablemos de eso -dijo, casi con indiferencia, aplastando la colilla en el cenicero-. Estoy amargada. Voy a estropearte el fin de semana. Ojalá hubiera una trampa debajo de mi silla y me hiciera desaparecer.
El camarero se acercó un momento y dejó otro Martini delante de cada uno. Lane rodeó con sus dedos -que eran finos y largos y casi siempre estaban a la vista- el pie de la copa.
- No estás "estropeando" nada -dijo en voz baja. Simplemente me interesa averiguar de qué diablos se trata. Quiero decir, ¿hay que ser un maldito bohemio, o estar muerto, por Dios santo, para ser un "verdadero poeta"? ¿ Qué es lo que quieres, un idiota de pelo largo ?
- No. ¿Por qué no lo dejamos pasar ? Por favor. Me siento fatal, y me está entrando un terrible...
- Estaría encantado de dejar el tema.... me encantaría. Pero dime primero qué es un "verdadero poeta", si no te importa. Me encantaría. De verdad.
Había un ligero brillo de transpiración en la frente de Franny. Posiblemente era sólo que hacía demasiado calor en el comedor, o que los martinis estaban demasiado fuertes, o que tenía el estómago revuelto; en cualquier caso, Lane no pareció notarlo.
- No sé qué es un verdadero poeta. Me gustaría que terminaras, Lane. En serio. Me siento muy mal y muy rara, y no puedo ...
- Está bien, está bien... De acuerdo. Tranquila -dijo Lane-. Sólo trataba de ...
- Lo que yo sé es esto, nada más -dijo Franny-. Que si eres poeta, haces algo hermoso. Quiero decir que dejas algo hermoso cuando terminas la página o lo que sea. Esos de los que tú hablas no dejan ni una sola cosa hermosa. Lo único que hacen, tal vez, los que son algo mejores, es meterse en tu cabeza y dejar "algo" allí, pero el que lo hagan, el que sepan "dejar algo" no significa que sea un poema, no ¡por Dios! Puede tratarse simplemente de una especie de excrementos, terriblemente fascinantes y sintácticos, con perdón. Como pasa con Manlius y Espósito y todos esos pobres hombres.
Lane se tomó tiempo para encender un cigarrillo antes de decir nada.
- Creí que te caía bien Manlius. De hecho, si no recuerdo mal, hace aproximadamente un mes, dijiste que era "un encanto"y que tú ...
- Y me cae bien. Estoy harta de que la gente me caiga bien solamente. Quisiera conocer alguien que pudiese respetar... ¿Me disculpas un momento?
Franny se puso de pie con el bolso en la mano. Estaba muy pálida.


Que pena que haya tenido que morir Salinger para descubrir esta maravilla...

Recomendabilísimo :)

07 febrero 2010

Way to blue



R. llega a su apartamento tarde y sin prisa, como un moderno C.C.Baxter. Pero en lugar de alguno de sus jefes apurando unos minutos con una de sus amantes, esa noche sólo le espera cerveza fría, una vieja colección de vinilos y su contestador automático. Tiene la mala costumbre de escuchar sus mensajes únicamente el último día del mes. Todos sus familiares, compañeros y amigos saben que las urgencias y los cambios de última hora deben ser destinados al teléfono móvil del trabajo, y que cualquier cosa que no se incluya en una de esas dos categorías, puede esperar. Sin embargo, hoy es 31 de enero.

El primer mensaje es de su madre. Le recuerda que hace más de dos meses que no se pasa por “su casa”. R., sentado en su sillón favorito, sonríe con sorna tratando de recordar cuando fue la última vez que consideró como suyo su antiguo hogar.
En un nuevo mensaje, un tal P.D. le comunica a un tal F.N. que en una semana va a celebrarse la cena anual de antiguos niños cantores. Tres mensajes más tarde, con un creciente tono de irritación, impaciencia e incredulidad, el mismo P.D. repite casi literalmente las mismas frases rogando contestación. R. ríe maliciosamente tratando de imaginar la cara de pardillo del tal P.D. al descubrir su equivocación. Sin embargo, no puede evitar preguntarse si F. N. acudiría finalmente a esa cena y si su ausencia provocaría algún desperfecto en, por ejemplo, el Ave Maria de Schubert, el Oh, nuit de Rameau o el Bohemian Rhapsody de Queen.

Un sexto pitido le indica que alguien más espera su turno. No obstante, esta vez su sonrisa se transforma instantáneamente en una extraña mueca a lo cartoon. Es la tristeza de la voz de su ex novia y no sus palabras lo que lo turba. Tras un par de apresuradas frases, pronuncia la palabra café como quien extiende un pañuelo en la parte final de un truco de magia.
Tras su inconfundible pitido, la voz mecánica del contestador insta a borrar o guardar el mensaje, pero las manos temblorosas de R., en un gesto apresurado, sólo aciertan a dejar la cerveza sobre la mesa con un sonoro golpe.

En aquellos casi cinco años no le había dedicado muchos pensamientos. Su proceso de “desenamoramiento” había sido gradual y nada traumático. Sólo al escuchar ciertas canciones o leer algunos fragmentos, su presencia parecía emerger ocasionalmente de algún punto del apartamento. Sin embargo, ahora se sorprendía a si mismo recordando vivamente las cosas que antes creía haber olvidado, como si al rascar ligeramente la desconchada pintura de una pared, hubiera descubierto un mural intacto.
Su nuca era siempre lo primero que se tostaba en verano y a menudo le gustaba caminar tras ella, sólo para poder observarla. Tenía la ingenua costumbre de espiarlo mientras se afeitaba, como si aquel tedioso ritual diario fuera para ella la confirmación de la conquista del último reducto masculino. R. fingía siempre no percatarse de aquel acuerdo tácito de voyeurismo o invasión consentida de la privacidad. ¿Por qué diablos había fingido tanto tiempo?.

Más detalles rescatados. E. confundía sin inmutarse los nombres de los músicos, proclamando, por ejemplo, a “Jeff Drake” y “Nick Buckley” como algunos de sus cantantes favoritos y, de tanto en tanto proclamaba, en un forzado alarde de liberalidad sexual, los apodos con los que solía bautizar las partes del cuerpo de
tod@s sus amantes. Sus morbosos ejemplos, nunca lo admitiría, solían incomodarlo y excitarlo al mismo tiempo.

Pero en algún punto de aquella rocambolesca espiral de recuerdos, a R. le sobrevino la urgencia de escuchar Way to blue. “¿Realmente la sigo queriendo?” se preguntaba turbado. Pero mientras localizaba Five Leaves Left entre sus vinilos, cayó en la cuenta de que, en realidad, no era ella, ni su colección de idiosincrasias, o su particular dislexia musical lo que echaba de menos, sino otra urgencia mucho más primaria y simple con la que no había contado. A lo largo de los últimos años, algo lo había reducido en la forma opuesta a como lo haría un jíbaro. La soledad ocupaba tanto espacio en su cabeza, que inconscientemente, había abandonado la idea de volver ser la primera opción en la vida de otro alguien. “El cine de madrugada, el asiento de al lado, el traje del sábado”. R. piensa que esa necesidad es un vergonzoso y pueril vestigio del egocentrismo infantil al que, tarde o temprano, todos nos enfrentamos, y sonríe, con una mezcla de orgullo y amargura, al pensar en la cantidad de direcciones contrarias y clavos ardientes a los que un ser humano es capaz de aferrarse con tal de no sentir ese desolador “destronamiento”.

Por lo tanto, ¿qué podía hacer con la chica de la nuca tostada? ¿Cómo encajarla dentro de su nueva vida de “emociones jíbaras”?

Tras las primeras notas, justo en el momento en el que Nick Drake canta Have you never heard a way to find the sun, R., en un rápido gesto, pulsa el uno, borrando el mensaje de la memoria.


"La soledad no se encuentra, se hace. La soledad se hace sola. Yo la hice. [...] Sucedió así. Estaba sola en casa. Me encerré en ella, también tenía miedo, claro. Y luego la amé. La casa, esta casa, se convirtió en la casa de la escritura. [...] He necesitado veinte años para escribir lo que acabo de decir".

Marguerite Duras


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