12 junio 2015

Espacio




Querido diario,

Ya no dormimos juntas. Como viene siendo habitual, la decisión fue mía. A pesar de que siempre he sido una conquistadora, no puedo evitar que su enorme cuerpo lo invada todo, que todo en ella, hasta su respiración, me asfixie. Quiere que la convierta en el eje de mi existencia, en el centro de un minúsculo y despoblado sistema solar, tal es su ansia de afecto y su egolatría. En todo lo referente a mi, carece de la noción de espacio personal. Cuando estamos juntas, es como si ni siquiera el aire pudiera separarnos. Su amor es como un maldito recipiente de envasado al vacío. Mentiría si dijera que ya no la quiero (muchas veces a mi pesar), pero en mi vida nunca ha habido (e intuyo que nunca habrá) nadie más con quien poder compararla. A veces intento recuperar parcelas de individualidad irritándola o enfadándola a posta, pero parece que ni mis manías o hábitos más insoportables (como estrenar sus cosas antes de que lo haga ella o arrancar, distraída y ladinamente, trozos de sus adoradas plantas) puedan mantenerla alejada demasiado tiempo. Su rostro se tiñe de un "rojo tomate" antiestético y su voz adquiere un tono ultrasónico sólo apto para algunos oídos privilegiados, pero al poco tiempo me busca y casi puedo ver alejándose, a mucha distancia, las feas nubes del rencor. ¿Acaso no existe un sano punto medio entre el desapego y la adoración? Por mucho que yo recorte y limite, ella encuentra y trenza nuevos y desconocidos lazos. ¿Llegará otra (u otro) a su vida para que yo pueda vivir una tregua o estamos condenadas a convertirnos en un ente siamés? Lo cierto es que yo no puedo ser siamesa, ni por principios ni en ninguna de sus acepciones. En mi cartilla dice, humildemente, “gata común”.

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09 junio 2015

You knew nothing



Tenías la luna dentada. La misma luna que anochece en mi cielo. Querías morder la manzana de la ira, pero te acariciabas, resignado, la piel de cordero. Conjugabas morder en pretérito, no sabías del velódromo de los latidos. No sabías, pero contenías bosques de pálidas selvas azules. Azul. Las mimbres de tus dedos sofocaban tu corazón desmembrado. Yo tomé, brevemente, ese corazón en forma de orquídea temprana y dibuje su forma brumosa en el techo de mi hoguera. Nada de lo que quemaba conseguía ocultarlo. Eras el ancla de mi tobillo a la tierra y al verano que ya crujen. Deslizabas besos enquistados en mi espalda para que el combate contra la vergüenza bajase de categoría. Pluma. Ahora el viento atrae otros colores a mi ventana. Las canciones comienzan marchitas en el difuso tambor del horizonte. No sabías que la fragilidad es la música de la magia y el misterio. No sabías lo profunda que era la cueva de mi voz cuando dormías. No sabías que la golondrina herida tiene vocación de incendio… 




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