31 julio 2013

Autoengaño





Sólo te reclamo

cuando sube peligrosamente la marea

y la playa se vacía

de estaciones y de labios.

 

De puntillas,

contra la pared maestra y única,

a demasiados escalones de voces y dioses,

grito el único nombre que hace eco,

y tomo tu mano encallecida

(de estatua o de árbol).

 

Juntos contamos hacia atrás,

desandándonos,

como los indios y sus huellas,

hasta que el mar se desmembra

como un paraguas derrotado,

y yo vuelvo a mi playa

y tú a tu estrella.
 
 
 
 

 
*
 

29 julio 2013

Pulsera rota





La pulsera se rompió, inoportunamente, a 3 minutos de llegar a la parada. Ni siquiera me di cuenta. Fue un amable compañero de vagón el que, tras presenciar el incidente, me advirtió, azorado. Sus casi 50 cuentas aguamarina salieron disparadas en todas direcciones como animales enjaulados que, pertenecientes a especies distintas, se mostraban desorientados e incapaces de mantener una mentalidad de grupo.  Me agaché sin vacilar y traté de recoger todos y cada uno de aquellos pequeños cristales insurrectos ante la mirada entre avergonzada y curiosa del resto de los viajeros.
Maldije a la goma traicionera y su fragilidad.  Maldije mi exótica elección. Maldije el verano. Maldije mis rodillas manchadas. Maldije la cuenta atrás. En todo momento, me guiaba una estúpida e imposible estrategia recicladora. “Puedo recomponerla”, pensaba. “Quedará como nueva”.
“Puedo recomponerla…”
 
*
 

28 julio 2013

Duda razonable





Tu cartel de bienvenida

está sujeto a mi piel con alfileres.

No hay sesión de descanso

para el teatro del destierro.

Espero con un ala plegada

y la otra suspendida 

hasta cuando decidas volver.

Cuando decidas creer,

cuando decidas…

"Cuando..."

¿Y si en lugar de un adverbio de relativo

fuese un epitafio?
 
 
*
 

25 julio 2013

Canícula





Gotear,

evaporarse,

desprenderse

de la materia original que un día nos dio consistencia y forma.

 

Desasirse,

desmerecerse,

desquererse…

 

Sudar

y olvidar.
 
 
*
 

24 julio 2013

Pulso eterno





Interior. La barra de un bar. Una mujer joven apura su último trago mientras un hombre de mediana edad de aspecto repulsivo se sienta a su lado con aire triunfal, mientras ordena, exactamente, la misma bebida que ella.

 

-       Este es el último lugar donde esperaba encontrarte.

-       Dice bastante de mi nueva posición que ya no puedas anticipar mis movimientos…

-       Te leo como un libro abierto, criatura. Ambos sabemos que sólo estás llorando tus penas...

-       ¿Qué penas son esas?

-       Reconócelo, niña. Voy ganando. Y, ahora, más que nunca.

-       De eso nada. La partida no está ni a medias.

-       Sabía que eras ingenua, pero no me imaginaba tanta puerilidad. ¿Acaso no he ganado toda la vida?

-       Obviamente, no.

-       ¿Obviamente? Un trastorno bipolar, una insana adicción al trabajo, el continuo saboteo de la vida amorosa… ¿es que no he arruinado suficientemente su vida hasta la fecha?

-       Lo has intentado, pero ha habido muchas ocasiones donde he evitado que pulsaras el gatillo.

-       ¡Bah, un par de batallas sin importancia! ¿de qué le han servido?

-       Le han enseñado a ser paciente y a tener esperanza.

-       “La esperanza es un buen desayuno, pero una mala cena”. ¿Cuál de tus pedantes autores decía eso?

-       No te pongas chulo. Aún no ha llegado la hora de cenar.

-       No queda mucho…

-       Si queda mucho. Siempre quedará mucho. Es más hábil de lo que crees y está aprendiendo a no escucharte, o a desescucharte, si lo prefieres. Ya no eres su jefe. Tu voz ya no es la voz, enemigo mío.

-       Mira, niña, llevo muchos años siendo solista y tú apenas has aprendido a hacer los coros.

-       Nacimos al mismo tiempo, casi se puede decir que somos hermanos, Caín. Puede que las circunstancias propiciaron que tú te hicieras más fuerte, pero ambos la conocemos igual, ambos hemos aprendido a desarrollar estrategias. La diferencia es que tú eres rígido y anticuado y yo creativa y versátil. Además, tú la subestimas y yo no.

-       ¡Ja! Nadie conoce sus miedos y limitaciones mejor que yo, y nadie sabe sembrarlos y hacerlos florecer con tanta maestría.  Tú ni siquiera sabes dónde empiezan los dragones…

-       Los dragones no me dan miedo. De hecho, creo que dan buena suerte…

-       No sabes nada, niña. Nada.

-       Puede que no sepa mucho, pero no me ciega la prepotencia de creer que lo sé todo.

-       La experiencia habla volúmenes por mí.

-       La experiencia está sobrevalorada. No son más que callos sobre callos… y peso, cada vez más peso… extra.

-       ¿Y qué tienes tú? Proyectos y más proyectos que nunca llevas a cabo. Eres la reina de la procrastinación y te falta coraje. Las guerras nunca se ganan mañana. Se ganan segundo a segundo, día a día. No dejas de bajar la guardia. No eres constante.

-       Comienzo a serlo.

-       ¿Ah, sí? Estupendo. Para cuando lo consigas, habré ganado ampliamente…

-       ¿Te das cuenta de que todo sería más fácil si nos turnáramos para apretar el botón, como Desmond Hume y el tipo aquel en la escotilla?

-       ¿Y qué gracia tendría eso? Perder día sí y día no, o llegar a insulsos acuerdos que no favorecen a ninguno de los dos. No, yo he nacido para conquistar y destruir, niñita, no para jugar a las casitas.

-       Vale. Escúchame bien. No me vas a vencer, maldito hijo de puta. Cada día soy más joven y fuerte, mientras que tú sólo eres un parásito, un repelente espectro cansado.

-       Aún hay mucha vida en esta muerte.

-       Pues no esperes más flores de mi parte. De hecho, no esperes ni el simple pétalo de una margarita.

-       Brindemos por ello.

-       Muy bien.

-       ¡Por el final!

-       Sí, por el final…


*

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