30 octubre 2016

Veranillo de San Martín





“Además te quiero, y hace tiempo y frío”.
Cortázar

Tiempo para matar antes de entrar al cine. No sé dónde ir y dejo que la inercia decida. De repente, la lluvia le echa un pulso a las optimistas previsiones de los meteorólogos y gana, pero sólo débilmente. Las calles, aún bulliciosas en esta última luz de la tarde, proyectan sombras burdeos. Hay una extraña armonía espumosa entre la configuración de los comercios, los paraguas y la gente que camina. De vez en cuando, un músico callejero hace figura y redimensiona el cuadro. Hoy, un violinista toca el Ave María de Schubert mientras un padre imparte una apasionada charla melómana a su pequeño hijo. Gratia plena. Aquí y ahora todo es cálido y fluye en una sola dirección. Me dejo arrastrar. Suena insoportablemente cursi, pero muy de vez en cuando, a pesar de su autocomplacencia burguesa y de mi ácida ambivalencia, me (re)enamoro de mi ciudad como una turista impresionable.

No me extraña que decidieras quedarte, que adoptaras esta ciudad como tuya”.

Y, sin siquiera darme cuenta, la maldita sinestesia ha vuelto a jugármela. ¿Cuándo estoy? Reconozco el vértigo glacial, el mal de altura de esta calle que, misteriosamente, y a pesar de los años, nunca cambia. Puedo darme la vuelta, pero por algún estúpido masoquismo o acto de fe en la rotundidad aniquiladora del tiempo, decido continuar. Ahí está, el mismo rótulo blanco y la misma coma innecesaria. Cruzo tu espacio escudada desde la acera opuesta y te entreveo brevemente tras la barra a través del cristal. Camiseta, cabello rubio, piel dorada y mirada radioactiva proyectada en algún cliente. Tu microcosmos y el mío continúan girando en orbitas opuestas, não é verdade? Si tu vida fuera Groundhog Day vivirías siempre en un perfecto día de verano. Everywhere you go, always take the fucking weather with you.

Probablemente, ahora mismo, desde la distancia, ni siquiera me reconocerías (Olhe pra mim! Nao me olhe!), pero cruzo la calle torpe y atropelladamente, con una mano aferrada al paraguas y la otra semienterrada en el foulard que me protege del caprichoso frío de noviembre. Retrocedo por una calle paralela, tratando de borrar  mis pasos, como los indios. Es triste comprobar que mis pies no han aprendido a mentir. Tal vez la expresión “matar el tiempo” y tú permanezcáis pavlovianamente unidos para siempre en mi memoria.

Llego al cine, la puerta está a punto de abrirse y me pongo educadamente en la cola. El humo del cigarrillo del hombre que me precede me envuelve y asfixia como una pitón. Me esponjo en mi abrigo. Ya acabó el veranillo de San Martín y hoy yo sólo quería ver algo bonito.




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