31 mayo 2017

6 flores antes




Resultó que, tras un año sin flores, la orquídea no se había marchitado, sino que estaba “en barbecho”. El ciclo de la vida-muerte-vida culminó, por algún capricho compensatorio, con 11 capullos, el doble de los que habían florecido hasta la fecha. No importa cuántas veces lo hayas vivido, siempre es un casi un truco de magia. Al comienzo surge un palo, una insulsa varita mágica de la que acaba abotonando la que posiblemente sea la flor más elegante y voluptuosa del planeta. Y no puedes evitar sentirte fascinada.

Lo confieso: inconsciente y estúpidamente, asumí que no podía ser casualidad que la orquídea y tú “brotáseis” a la vez, entonces, cuando nadie os esperaba, en lo más crudo del crudo invierno.

Ese año el frío fue más tolerable porque llevaba implícita una hermosa, aunque quizá efímera, promesa doble. Marzo y abril fueron fieles a su esencia, precipitando y recibiendo. Surgieron las caricias y las flores, el paladar visual se aclimató al color y el tacto se acostumbró al calor. Todo era gozosa y prometedoramente primaveral, pero en el cénit de todas las cosas, justo cuando había florecido la quinta flor, desapareciste como si te hubieran arrancado de la corteza del planeta, demostrando que no había nada insólito ni especial en aquella primavera. Sin embargo, continuaron llegando puntualmente las flores (la sexta, la séptima, la octava, la novena…), como hermosos turistas solitarios a una tierra donde no los espera nadie. Y yo no puedo evitar preguntarme por qué el amor siempre es una promesa que acaba 6 flores antes.

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