
Miedo básico: no ser amado ni deseado.
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Y metió su vida en cajas y se marchó del apartamento...
Hacía más de diez años que había dejado de fumar, pero se permitía una pequeña recaída, aproximadamente, cada tres o cuatro años. Los cigarrillos representaban para ella el comienzo y el final, con más veracidad que los cumpleaños o el día de año nuevo.
Mientras se cuestionaba la longitud de este nuevo paréntesis, ni siquiera fue capaz de darse cuenta de que, el cigarrillo, empapado por la lluvia, llevaba mucho tiempo apagado entre sus labios.
Los brazos cruzados sobre el pecho la escudaban de las ambulancias y las constantes idas y venidas de la gente del hospital. Tenía el cabello empapado, el uniforme adherido al cuerpo y tiritaba, pero seguía decidida a alargar todo lo posible sus minutos de descanso.
Un pequeño pájaro blanquinegro, del tamaño de un gorrión, la observaba con curiosidad contenida desde el abrigo de un banco. Siempre se lo había preguntado, “¿dónde se cobijarán los pájaros en invierno? ¿cómo pueden ser tan fuertes y tan frágiles al mismo tiempo?”.
Por primera vez en toda su vida, no quería saltarse “la parte mala de la película”. Al otro lado, dentro de aquellos familiares muros, su trabajo o antigua tabla de salvación, la esperaba implacable.
La llamaban Miss Pollyanna, mote que llevaba con resignada complacencia. Tenía la capacidad casi mágica de calmar, estimular y contagiar a todos los pacientes con su desarmante optimismo. Sabía que había nacido para ayudar, que era una dadora nata, y exhibía ese rasgo con el orgullo entusiasta de quien enarbola una bandera.
Complaciente, se había acostumbrado a verse (y quererse), únicamente, a través del agradecido feedback que le devolvían los demás. Pero ahora se sentía como una gota de mermelada extendida sobre una tostada demasiado grande. Si abría el armario de la cocina buscando más mermelada, no era capaz de encontrarla a menos que alguien se la alcanzara.
Quería perder la memoria, “desdepender”, mudarse a otro país. ¿Será posible reconocerse cuando nadie te recuerda?
Él la había desnombrado...
Un "ya no te quiero", nada más. En un segundo, un intercambio envenenado, una promesa invertida, un afecto por otro...
Sentía impulsos de entrar en el hospital y exprimir a todos y cada uno de sus ocupantes. Necesitaba ferozmente que se le devolviera hasta el último gesto de entrega que les había dedicado en estos últimos años. Entonces, algo cayó sobre ella con más furia y contundencia que el agua, algo que sabía desde hacía mucho tiempo, pero jamás se había atrevido a confesar: su generosidad innata no era un regalo, era una inversión.
- ¡Sara, vas a agarrar una pulmonía, por el amor de Dios! Ha habido un accidente de autobús en el centro, te necesitan en urgencias- le gritó una voz familiar desde el confort aséptico del hospital.
Sara se sacó el deformado cigarrillo de la boca con acritud y lo aplastó innecesariamente contra el suelo. Las puertas mecánicas de la entrada del hospital se abrieron para ella atascándose repentinamente, incapaces de volver a cerrarse ...
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Gracias a Nebula, una de mis magas preferidas, por este regalito (y por otras muchas cosas) ;)
Este blog es sólo un tercio de lo que quiero contar. Los otros dos tercios los encontrareis en:
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