
Soy la heredera del incendio sometido,
de la pálida granada casi rosa,
de la timidez quejumbrosa de las sirenas,
de las mañanas recortadas como orillas de hojas secas.
Las 1001 noches son un pliegue
de mi almohada
que delata
mi mejilla al despertar
y con el sol llega la sal derramada
por el suelo, no en mi sopa.
Mi talismán es un encantamiento
que inventó un anciano
y perfeccionó un mendigo,
una margarita intacta de pétalos retráctiles
que quieren y no quieren,
no quieren y quieren
que adormecen y hacen despertar.
Recorto mis cabellos
como si fueran las riendas de un carromato
las quemo y esparzo sus cenizas
por todos los barcos.
Algunos regresan,
otros, permanecen en el mar...